LENNY KRAVITZ NO PASA DESAPERCIBIDO. Estamos sentados en Bemelmans, el famoso piano bar del hotel Carlyle de Nueva York. Aquí, las cosas se hacen bien. Desde 1947, los camareros llevan chaquetilla blanca. Los cócteles, servidos en copas de cristal grabado, llegan en bandejas de plata. Y todas las noches toca el piano alguno de los músicos de jazz más célebres del país. Bemelmans representa el glamur neoyorquino de la vieja escuela, así que quizá es el último lugar en el que te esperarías hallar a un dios del rock.

Pero este es el sitio que Kravitz ha elegido para reunirnos. Son las tres de la tarde de un Yom Kipur muy lluvioso. Kravitz, que se aloja en el apartamento de su hija en Brooklyn mientras ella está en París, parece sacado de 1975. Chaqueta de cuero a medida, cuello alto, pantalones de campana y el pelo recogido. Pide un té verde.

Por extraño que parezca, Kravitz se siente como en casa. Aquí es donde su madre, la actriz Roxie Roker, le preguntó al cantante y pianista del Bemelmans entonces, Bobby Short, si debía aceptar la propuesta de matrimonio de un productor televisivo llamado Sy Kravitz. (Short respondió: “¡No veo a nadie más pidiéndotelo!”). Fue aquí donde Lenny conoció a Andy Warhol muchos años después, en un evento en honor de Bret Easton Ellis. Kravitz incluso organizó aquí la última fiesta de cumpleaños de su padre. “Este lugar ha estado en mi vida desde siempre”, asegura sin rodeos.

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NORMAN JEAN ROY
Camisa, pantalón y botas de Rick Owens, gafas de sol de Saint Laurent by Anthony Vaccarello, propiedad de Lenny Kravitz, y guantes de Urstadt Swan.

Kravitz es hijo único. Su madre fue una mujer negra de ascendencia bahameña y su padre un judío blanco, cuya familia llegó a EEUU desde Kiev antes de que él naciera. Crecer siendo mestizo en los años 60 y 70 hizo que Kravitz destacara tanto en el blanco este de Manhattan como en el negro Bedford-Stuyvesant de Brooklyn, donde vivía entre semana con sus abuelos maternos mientras sus padres trabajaban. Pero eso nunca fue un problema. “Me sentía cómodo”, detalla el hombre que, décadas más tarde, llevó hacia nuevas fronteras los límites del rock y la moda, incluso la definición de la palabra cool. “Es algo que me encantaba”, dice.

COLSON WHITEHEAD ESCRIBIÓ UNA VEZ que el Nueva York de cada uno es al que llegas por primera vez, una ciudad cuyo horizonte privado empiezas a construir cuando la descubres. A sus cincuenta y nueve años, Kravitz ha llegado a Manhattan unas cuantas veces y siempre le recibe una ciudad diferente. Sus padres tenían un apartamento a la vuelta de la esquina del MOMA, en la calle 82. Pasó sus años de secundaria y bachillerato en Los Ángeles, pero regresó a finales de los 80, cuando se mudó con su novia, Lisa Bonet, y después, quince años más tarde, tras haber vivido en Nueva Orleans y Miami, con su hija Zoë adolescente.

Kravitz añora todas sus vidas pasadas en Nueva York por diferentes motivos. Pero como predijo Whitehead, su verdadera Nueva York es esta, la de Bemelmans. “Al fin y al cabo”, afirma, “el Upper East Side cambia más lentamente que cualquier otro barrio de la ciudad”. Lobel’s, la carnicería favorita de su madre, sigue a la vuelta de la esquina. Su cafetería preferida, E.A.T., aún está en la misma calle. Por supuesto, es inevitable que algunas cosas cambien, así que se deleita recordando qué había antes en los locales actuales. Por ejemplo, el restaurante Nectar, en la 82 con Madison, fue el Copper Lantern, donde Lenny aprendió a atarse los zapatos.

Rara vez viene a la ciudad solo de visita. Casi siempre es por trabajo, y este viaje no es una excepción. Cuando viene suele estar en constante movimiento, aunque el propio Kravitz no utilizaría nunca la palabra ‘trabajo’ para describir sus iniciativas en el mundo del diseño de interiores, la filantropía y las bebidas alcohólicas. Esta semana está tan ocupado al servicio de su primer amor. Por primera vez desde 2018 va a lanzar un nuevo álbum: Blue Electric Light, música electro-funk muy viva y explosiva, que sale el 15 de marzo.

Kravitz lleva mucho tiempo utilizando la primera persona en sus canciones, pero en sus últimos lanzamientos se había asomado al exterior. Black and White America (2011) es un trabajo que rebosa el optimismo de la era Obama, en el que imagina unos EEUU sin división racial. Raise Vibration (2018) da testimonio de la regresión actual y potencia el pensamiento positivo, como respuesta necesaria al divisor mandato de Trump. Con este nuevo álbum, Kravitz vuelve la mirada a su interior. Habla del poder del amor propio y de la evolución personal de manera tan directa que, en ocasiones, parece un himno. Y además funciona musicalmente.

Blue Electric Light marca el final del periodo más largo que Kravitz ha pasado sin publicar nada desde su debut en 1989 con Let Love Rule. Diez discos siguieron al primero, publicados a un ritmo constante. La pandemia ha tenido mucho que ver con este atípico lapso. Sin embargo, Kravitz cree que el aislamiento impuesto por el covid ha propiciado un periodo de poderosa creatividad y reflexión.

Él llegó a su casa de Bahamas en marzo de 2020 con ropa para un fin de semana. Llevaba dos años de gira. Su idea era quedarse en la playa unos días para recargar pilas. Pero entonces se canceló el siguiente bolo. Y se quedó allí casi dos años y medio.

La inspiración musical le encontró en Eleuthera, la isla a la que él llama hogar. Compró treinta acres cuando firmó su primer contrato discográfico y durante mucho tiempo vivió en una caravana aparcada en su propia playa. Aún la conserva, aunque desde entonces ha construido una casa en otro lugar de su finca. Hay un jardín en la parte de atrás donde cultiva frutas y verduras y cerca un estudio. “El calzado se queda fuera”, asegura. “No hay llaves, ni carteras. No hay dinero. Empiezas a fluir con la naturaleza”. Kravitz es casi siempre un búho nocturno, se acuesta sobre las cinco de la mañana y se levanta al mediodía, pero después de cierto tiempo allí se reinicia. Se acuesta poco después del anochecer y se levanta temprano.

En el periodo más largo de su vida adulta en el que ha permanecido en el mismo sitio, la música le salía a raudales. Se despertaba a cualquier hora, escuchaba melodías en su cabeza y se apresuraba a grabarlas. Tenía tres álbumes en marcha. Era un trabajo caótico, a veces difícil de organizar y aún más de terminar. Pero cuando el mundo empezó a abrirse y volvieron los conciertos, Kravitz siguió trasteando en el estudio: probaba diferentes arreglos, subía la batería, bajaba las voces. “Mezclaba los temas una y mil veces”, asevera.

Espera que algún día escuchemos los otros dos álbumes, casi terminados. Pero la música de Blue Electric Light es lo que siente ahora. “Este disco me ha hablado”, dice. Dedicará los próximos seis meses a la promoción y los dos años siguientes a una gira mundial. Está preparado para todo, incluso hambriento: “Esto tengo que sacarlo”.

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NORMAN JEAN ROY
Abrigo, sudadera y vaqueros de Balenciaga.

PARECE QUE LENNY KRAVITZ HA SIDO LA ENCARNACIÓN DE LO COOL DESDE SIEMPRE. Pero cuando debutó con Let Love Rule, tuvo una respuesta muy tibia en EEUU. Se podría decir que no le comprendían. Mientras el hiphop crecía en popularidad, un negro neoyorquino de veinticuatro años hacía rock con técnicas de grabación antiguas y un equipo viejísimo. Las listas de éxitos de rock, en las que intentaba triunfar, eran totalmente blancas entonces y se llenaban con discos de Aerosmith y Mötley Crüe. Crudo e insular, a veces incluso delicado, nadie tenía un sonido igual.

“Lo veo como alguien que se aferró a sus armas”, indica su viejo amigo y colaborador ocasional Jay-Z. “Siempre es admirable eso: alguien que persevera en lo que hace sin seguir las modas”.

Europa era diferente. Su público crecía más rápido allí. Así que más giras en el extranjero. Entonces lanzó su segundo disco, Mama Said (1991). A la vez valiente y tierno, es un álbum de inspiración sesentera que desafía tendencias y expectativas. Fue disco de platino y llamó la atención de sus colegas. Springsteen asistió a un concierto y se hizo amigo suyo. Y Prince le dijo: “Vamos a ser hermanos”.

Mick Jagger, un de los héroes de Kravitz, apareció en los camerinos antes de un concierto de improviso y decidieron cantar juntos en directo. Después, Jagger se fue con Kravitz a su hotel y se pasaron la noche hablando y fumando marihuana. “Guardé esa colilla durante diez años”, confiesa Kravitz. ¿Qué pasó después? “Que me quedé sin hierba y me la fumé”, responde riendo.

A pesar de que sus dos siguientes trabajos, Are You Gonna Go My Way (1993) y Circus (1995), llegaron a estar en la lista Billboard de discos más vendidos en EEUU, Kravitz seguía luchando por que la crítica lo tomara en serio. Quizá no querían entenderlo.

“Hubo un artículo que decía: ‘Si Lenny Kravitz fuera blanco, sería la gran promesa del rock&roll’”, recuerda. Sin embargo, según el resto de la crítica, el músico dependía en exceso de sus influencias. Le acusaron de falta de originalidad. De imitar a Led Zeppelin, como si ellos nunca se hubieran inspirado en nadie. “Recibí un montón de críticas negativas de hombres blancos mayores que no iban a dejarme ocupar ese puesto”, relata con calma.

Y siguen sin hacerlo cuarenta millones de discos vendidos después, cuatro Grammys consecutivos a la mejor interpretación vocal masculina de rock, un premio MTV de la época en la que aún importaban, conciertos en los recintos más grandes del planeta…

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NORMAN JEAN ROY
Top de Ludovic de Saint Sernin, pantalones y brazalete de Chrome Hearts y pulseras y anillo de Kravitz.

“No existiría Tyler, the Creator, sin Lenny Kravitz”, asegura Jay-Z. “Necesitamos esos momentos de inspiración. Eso fomenta la creatividad y abre caminos a los demás”. Kravitz manifiesta que no le molesta la falta de respeto de la crítica. “A veces ha sido desalentador”, admite. Pero ahora no piensa mucho en ello. “Estoy bien. Intacto: feliz, sano, centrado y con mucho por hacer”. Eso es lo que importa.

Y cuando le pregunto si ha escuchado los comentarios racistas y misóginos del fundador de Rolling Stone, Jann Wenner, Kravitz se incorpora. “Por supuesto”, responde. Mientras promocionaba su nuevo libro, The Masters, vendido como una “visita al Monte Olimpo del rock”, Wenner declaró que sus siete protagonistas son hombres blancos porque las mujeres o los artistas de color carecen de elocuencia para ser entrevistados en profundidad. “Es muy decepcionante y triste”, se lamenta Kravitz. “Conozco a Jann desde 1987”. Lo conoció incluso antes de grabar su primer disco, cuando Bonet fue portada del Hot Issue embarazada de Zoë, y se hicieron amigos. “He estado en su casa. En su vida”. Se ha llevado a su exmujer y a sus hijos (su hijo Gus es el actual CEO de Rolling Stone) a las Bahamas. Y no solo le duele por su conexión personal. “La declaración que hizo fue atroz y vergonzosa”, dice Kravitz.

No obstante, lo que más desconcierta a Kravitz es el trato que ha recibido de los medios negros. Por ejemplo, la revista Vibe, que cuando empezó a publicarse en 1993 incluía en sus páginas a todo un elenco de artistas negros, esperó casi una década para poner a Kravitz en portada. “A día de hoy, no me han invitado a ningún evento, ni a los Source Awards”, profiere. “Bueno, aquí tenéis un artista negro que ha reintroducido muchas formas de arte, que ha roto barreras, igual que las rompieron los que vinieron antes. Eso es positivo. ¿Y no tienen nada que decir al respecto?”, apela. Tiene razón. Y no es que tenga escándalos pendientes. Si escribes “polémica Lenny Kravitz” en cualquier motor de búsqueda, lo único que aparece es un incidente, sobre el que no tuvo ningún control, cuando se le rajaron unos pantalones de cuero en plena actuación. Kravitz no entiende por qué no importa a la gente que dirige esas publicaciones u organizaciones. “Soy el ejemplo de lo que puede lograr un artista negro”, dice. Aun así, no quiere quejarse. La vida es demasiado bella. “No estoy aquí para recibir cumplidos”, expone tras una pausa. “Estoy aquí para vivir”.

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NORMAN JEAN ROY
Camisa, pantalones y botas de Saint Laurent by Anthony Vaccarello, brazalete de Chrome Hearts y gafas de sol y anillo de Kravitz.

A PESAR DE SU RELUCIENTE FACHADA, LA FAMA también conlleva una gran soledad. Y eso que los famosos rara vez están solos. Durante mucho tiempo, Kravitz no fue una excepción. Sus casas eran bulliciosas y ruidosas. Llenas de compañeros de banda, juerguistas, mujeres, groupies y vecinos. En un momento dado, Kravitz incluso llegó a tener en nómina una persona para liar porros. La gente le decía que era su amigo, que lo quería. “¿Quién es esa gente?”, solía preguntarle su madre con razón. Su primera casa de Miami era un estudio de grabación y también un club nocturno.

“Era una auténtica locura”, comenta su hija Zoë, refiriéndose al periodo inmediatamente posterior a su llegada a Florida a los once años, para vivir con Kravitz por primera vez en su vida (él y Bonet se separaron en 1991 y se divorciaron en 1993). “Era como vivir en un centro comercial o un aeropuerto, donde había gente entrando y saliendo constantemente”.

Con el tiempo, sin embargo, quedó claro que muchos de esos amigos no lo eran de verdad. No le querían. “Me quemé”, confiesa Kravitz. “Lo di todo, y hubo quienes se aprovecharon de ello. Yo no era más que un recipiente vacío”.

Zoë cuenta una anécdota sobre un incidente que no le hizo gracia en su momento, pero del que ahora se ríe. Cuando la actriz tenía catorce o quince años, ella y una amiga bajaron a la cocina y se encontraron a una mujer a la que nunca habían visto comiéndose un trozo de tarta. No era algo raro: siempre había gente desconocida por allí. Pero cuando su padre llegó a casa y pidió que les presentara a su amiga, las niñas se quedaron heladas. “Al final, no era más que una desconocida que se había colado en casa”, recuerda Zoë. “Entonces nos dimos cuenta de que teníamos que hacer algo al respecto”.

Para Kravitz no fue fácil reducir su entorno. “Decir que no fue muy duro para mí”, explica. “Ya era así de niño. Mi madre me llamaba el Flautista de Hamelín. Traía a todo el mundo a casa, incluso a los que acababa de conocer. Me encanta la gente. Siempre me ha gustado”.

Quizá no se tratara únicamente de su tipo de personalidad, cree, sino también del color de su piel. “Ser negro en EEUU en aquella época”, explica, refiriéndose a su infancia en los 70, “implicaba que todo el mundo se mantuviera unido. Todo el mundo se ayudaba. Siempre había un asiento extra en la mesa. Siempre había comida de sobra”. Cuidas de tu gente.

Cuando Kravitz decidió estrechar su círculo, llevaba más de una década siendo famoso, muy famoso. El desgaste era evidente. Durante las giras, había épocas en las que volvía de un concierto, cerraba las persianas y dormía hasta que llegaba la hora del siguiente. Si pasas un poco de tiempo con Kravitz, enseguida te das cuenta de que le gusta divertirse. Pero hacía tiempo que no lo hacía.

En los 90, Robert Plant sacó un álbum en solitario e hizo una gira de promoción como telonero de Kravitz. Una noche, el líder de Led Zeppelin le riñó por tomarse los conciertos demasiado en serio. “Tienes que empezar a divertirte con esto”, le dijo Kravitz. Unos años más tarde, en su lecho de muerte, Roker le dio la razón a Kravitz y le dijo a su único hijo: “Ojalá no me lo hubiera tomado todo tan en serio”.

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Total look de Saint Laurent by Anthony Vaccarello.

El cambio no llegaría hasta unos años más tarde. Kravitz se había vuelto demasiado cerrado y luchaba contra una depresión. “Hubo momentos en los que tuve que lidiar con esa oscuridad”, confiesa. Pero la gente que le quería seguía insistiendo. “Tuve que enfrentarme a él y decirle: ‘No te veo muy a menudo. Deshazte de toda esta gente’”, recuerda Zoë. A medida que su vida familiar se volvía más tranquila, Kravitz florecía. “Eso es lo que ha permitido todo este crecimiento, no solo como persona: también como artista”, asegura Zoë.

Su círculo íntimo está de acuerdo. “No sé cuál es la definición de un gran amigo”, comenta Denzel Washington, “pero estoy seguro de que junto a esta definición hay una foto de Lenny”. Washington y Kravitz se hicieron amigos hace tanto tiempo que cualquier detalle sobre su encuentro inicial escapa a su memoria. Pero el actor, famoso por papeles en Training Day y American Gangster, sí recuerda haber escuchado la música de Kravitz antes de conocerle, y añade riendo: “Pero, si te soy sincero, no sé si llegué a comprar algo”.

Los dos hombres criaron a sus hijos juntos, y ahora, cada año, se reúnen todos en la casa de Kravitz en las Bahamas. Pero lo mejor, afirma Washington, es que sus mejores recuerdos están por llegar. “Lo mejor de nuestra amistad es que sigue viva”.

Pensándolo bien, Jay-Z tampoco recuerda cómo se conocieron. Ha pasado demasiado tiempo. Pero comparten un grupo de amigos y se reúnen cuando pueden. La última vez fue en París, en el concierto de Beyoncé. “Fue una gran noche”, describe el rapero cuando habla de cómo vivió la actuación de su mujer rodeado de amigos íntimos. Salieron por ahí, lo celebraron. Cantaron el Cumpleaños feliz a una de las personas con las que estaban y a Kravitz, que ni siquiera había revelado que también era su aniversario.

En la actualidad, Kravitz reparte la mayor parte de su tiempo entre sus casas de París y las Bahamas, aunque también posee una granja en el altiplano brasileño. En la capital francesa, se rodea de un pequeño grupo de lugareños. Algunos americanos, muchos africanos. Salen a comer, ven conciertos… El francés de Kravitz no es muy bueno. “Me las apaño”, comenta. Le encantan el ballet, la ópera y la moda. “Y simplemente sentir la energía de la ciudad”, apunta.

Cada tarde, al levantarse, piensa en lo que quiere crear ese día. A menudo es música. Otras veces, realizar algún diseño para con su empresa, Kravitz Design, con la que, desde su apertura en 2003, ha transformado un montón de casas de lujo y un complejo de apartamentos en Manhattan. Puede que opte por la fotografía: sus imágenes se han mostrado en varias exposiciones y hasta le encargaron una campaña para Dom Pérignon. O puede que se decante por hacer algo para Nocheluna, su nueva marca de licores, que introduce ahora en el mercado una de las bebidas mexicanas más curiosas, el sotol.

Sea lo que sea, para él no es trabajo. “Solo es vivir”.

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NORMAN JEAN ROY
Mono de Loewe, y gafas y joyas propiedad de Kravitz.

LO CONFIESO: SIEMPRE ME HA FASCINADO la familia que sigue uniendo a Lisa Bonet y Lenny Kravitz. Empezaron a salir muy jóvenes, se casaron jóvenes y fueron padres jóvenes. Bonet, conocida por su papel en La hora de Bill Cosby, tenía veintiún años cuando nació Zoë y Kravitz veinticuatro. Kravitz cree que Bonet y su relación con ella desataron su capacidad creativa. Antes de conocerse, se hacía conocer como Romeo Blue, llevaba lentillas azules y el pelo rizado a lo Prince y aspiraba a un contrato discográfico que le habría convertido en el líder de una versión totalmente negra de Duran Duran. “No me creía a mí mismo”, dice. Let Love Rule es, en general, un álbum sobre el enamoramiento. Pero el romance de Kravitz y Bonet no sobrevivió más allá de los primeros años. La desesperación que sintió Kravitz rezuma en todo Mama Said y los dos trabajaron duro para recuperar el equilibrio. Zoë se quedó con su madre en Topanga (California), lejos de la luz pública. Se llevan bien desde hace años. En 2005, Bonet empezó a salir con el actor Jason Momoa, y Kravitz lo aceptó de buen grado. Se convirtió en su hermano y él en el “tío Lenny” de los dos hijos que Momoa y Bonet tuvieron juntos, en una relación que duró casi dos décadas.

Kravitz no acaba de entender el interés que despierta su sana relación con Bonet. ¿Por qué todo el mundo tiene tanta curiosidad por saber cómo funciona? Ve entradas con largos textos en los que los citan como inspiración y no es que no se sienta halagado, pero para Kravitz es simple: son familia. Incluso cuando la cosa no funcionaba sabía que algún día lo haría. “No lo veo como una hazaña heroica”, afirma. “Para mí, es algo normal”.

Eso sigue siendo cierto a día de hoy, ya que esa familia ha entrado hace poco en otra nueva etapa. Bonet y Momoa se separaron a principios de 2022, tras diecisiete años juntos, pero según Kravitz el vínculo entre ambos, aunque diferente, es igual de importante. Un ejemplo: el año pasado Kravitz se quedó atrapado en las Bahamas y se perdió el estreno en Nueva York de The Batman, protagonizada por Zoë. Bonet tampoco pudo ir. Momoa le aseguró a Kravitz: “No te preocupes. Allí estaré”. Eso hizo y se llevó a los hermanos de Zoë con él. Los tabloides echaban chispas sobre si Momoa y Bonet volvían a estar juntos, porque no entendieron que la familia siempre está ahí. “Fue precioso”, reconoce Kravitz.

No le cuesta hablar de su familia. De su ex, del ex de su ex. De su madre y de la vida que ella le descubrió. Cumplir seis años sentado en el regazo de Duke Ellington, mientras le cantaba Cumpleaños feliz. Entablar lazos musicales con Miles Davis, casado entonces con la madrina de Kravitz, Cicely Tyson. Pasar una velada aquí mismo, en el Carlyle, “escuchando a Bobby [Brown]”.

Kravitz proporcionó a su hija una infancia igual de entrañable. Pero cuando Zoë decidió dedicarse a la interpretación, ser su hija solo le provocó ansiedad. En lugar de aprovecharse de la fama, huyó de ella. Al empezar su carrera trató incluso de cambiarse de apellido . “Yo la comprendía”, reconoce Kravitz, “pero le insistía: ‘Es así como te llamas’”. Desde hace un par de años se habla mucho de los nepo babies. La industria del entretenimiento lleva décadas copada por los hijos, sobrinos y nietos de los famosos, e internet ha acabado hartándose. Abundan los reproches a los nepo babies porque reciben mejor trato. El término se ha convertido en un insulto. La revista New York hizo un reportaje sobre el tema, con una foto Zoë en portada. “No entiendo todo eso”, se queja Kravitz, “si eres bueno en lo que haces”.

HACE TIEMPO QUE KRAVITZ NO TIENE UNA PAREJA ESTABLE. Después de Bonet, salió durante cinco años con la cantante y modelo Vanessa Paradis. Después con la supermodelo brasileña Adriana Lima y luego se comprometió con Nicole Kidman. En 2010 salió con Barbara Fialho, compañera de Lima y también modelo de lencería. Desde fuera, parecía muy guay. Pero por dentro, con cada fracaso, Kravitz sufría y se sentía víctima de una maldición.

De niño, Kravitz siempre estuvo muy unido a su madre. Era estricta pero cariñosa. Trabajaba mucho, primero en la NBC y luego en el teatro. Se hizo muy conocida cuando consiguió un papel en la comedia para televisión The Jeffersons, a mediados de los años 70.

Roker era humilde, pero no presumía de sus logros por otras razones. Sy probó sin éxito diversos empleos en el mundo del espectáculo: representante, agente, productor. Nada cuajó. Kravitz vio cómo su madre se empequeñecía para que su marido se sintiera más grande. Además Sy había servido en el ejército y para él solo había una forma de hacer las cosas. A los dieciséis años, Kravitz no pudo más y se marchó de casa. Nunca volvió a vivir con sus padres, y pasó los siguientes años viviendo en sofás de amigos y coches de alquiler.

A los diecinueve, Kravitz descubrió que su padre tenía una aventura. Cuando se lo contó a su madre, esta no se sorprendió. Sy la había engañado durante todo su matrimonio. Siguieron juntos un poco más, hasta que Roker se enteró de cuánto dinero había gastado su marido en amantes y juego. Mientras Sy hacía las maletas para marcharse, Roker le preguntó si no tenía algo que decirle a su hijo, que estaba allí presenciando su partida. “Tú harás lo mismo”, le espetó.

Esas palabras le atormentaron durante años. “Fue una bomba cuya onda expansiva era cada vez más fuerte”. A Kravitz le costaba mantenerse fiel a sus parejas. “No te voy a mentir: incluso cuando estaba seguro de que era la persona perfecta para mí, siempre pensaba que podría encontrar alguien mejor”, confiesa. Ahora todo eso se ha solucionado. “Fue duro”. Llevó años. Más de lo que le hubiera gustado, aunque no se lamenta. “Esos momentos son parte del viaje”. Aun así, se arrepiente de corazón de lo que sufrieron sus parejas. “Les hice pasar momentos difíciles”.

Ha estado a punto de casarse un par de veces desde su ruptura con Bonet. “No me han faltado ganas”, afirma, “pero sí las herramientas para lograrlo”. Actualmente está soltero, aunque volvería a casarse. De hecho, quiere hacerlo. “Por supuesto. He crecido lo suficiente. Me he hecho más fuerte. Me he vuelto más disciplinado”. También está abierto a tener más hijos. “Si no ocurre, he hecho con Zoë lo mejor que podía soñar. Pero si estuviera con alguien que quisiera, los tendría”.

La relación de Kravitz con su propio padre mejoró poco antes de la muerte de Sy. No fue fácil. “Había tanto resentimiento”, admite Kravitz. “Y tantas ganas de que me quisiera de una manera que yo pudiera comprender”. Y eso que Roker animó siempre a Kravitz a relacionarse con Sy. “Es tu padre”, repetía. “Honra a tu padre. No hay peros que valgan”.

A medida que Sy se hacía mayor, la intransigencia hacia su hijo empezó a suavizarse. Una vez, cuando estaban sentados juntos viendo el béisbol, sin hablar en absoluto, Sy se volvió hacia Kravitz. “No puedo creer todo lo que has logrado”, reconoció. Casi al final de su vida, en el hospital, se disculpó con Kravitz y con sus hermanas. Fue ahí cuando el proceso de curación por fin comenzó.

“Ojalá hubiera vivido hasta que yo por fin maduré”, se lamenta Kravitz. “Habría podido quererle de una forma más profunda”. E imagina los recuerdos que podrían haber compartido. “En mi mente, sueño con lo bien que nos lo podríamos haber pasado”, observa.

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NORMAN JEAN ROY

LAS ESTRELLAS DEL ROCK NO SUELEN DESTACAR POR SU MODERACIÓN, pero Kravitz ha sabido mantener a raya sus vicios. Las drogas duras nunca fueron lo suyo (aunque admitió haber fumado hierba todos los días desde los once hasta los treinta y cinco años). La bebida tampoco fue nunca un problema. Kravitz no siempre está sobrio, pero puede pasar meses sin beber. El sexo, aunque era fácil de conseguir, nunca fue algo que persiguiera agresivamente. “Me motivaba más el amor”, dice.

Se interesó por el sexo cuando estaba en el instituto. “Recuerdo que a las chicas siempre les gustaban los chicos malos. Así que pensaba: ‘Si tengo que actuar como ellos para tener una novia, paso’”. También hubo un incidente sobre el que Kravitz escribe en sus memorias de 2020, Que rule el amor. Cuando sus padres estaban fuera de la ciudad, pedían a un amigo que cuidara a su hijo adolescente. Una de esas noches aquel tío trajo amigos a casa y Kravitz se retiró a su habitación a dormir. Al rato entró una mujer, se metió en su cama y empezó a tocarlo. Es un pasaje breve, pero relata que el incidente le afectó. “No me interesa convencer o coaccionar a las mujeres: yo mismo había sido coaccionado y no me gustó”.

Le pregunto si se considera víctima de agresión sexual. Kravitz se resiste a la etiqueta. “Fue una experiencia y una lección”, comienza. “No todo tiene por qué ser tan…”. Cambia de rumbo: “No digo que no haya que abordar estas cosas; quizá sí, pero viví y aprendí. No me sentí traumatizado”.

¿Qué puede desequilibrar a Kravitz? Solo factores internos. Tiende a la oscuridad y a sentirse deprimido, admite. Pero con los años ha conseguido acortar la duración de las malas rachas. Lo que antes duraba días o semanas ahora solo le ocupa unas horas. Nunca más de un día. “No dejaré que dure ni una noche”, subraya.

El camino a recorrer es mental y físico. Kravitz cree que su intensa dedicación a la dieta y el ejercicio le ayuda a mantenerse positivo. No se trata solo de los alimentos que ingiere, principalmente veganos y crudos, o de su rutina en el gimnasio, sino de su disciplina para tomar decisiones. “Se trata de sacrificio”, explica, “y de cumplir el objetivo diario. Cuando ejercitas eso, te vuelves más fuerte en todo”.

También es espiritual. Si se pregunta a Kravitz por las raíces de su implacable optimismo, la respuesta no se hace esperar: “Mi fe constante en Dios y en el poder del amor”. Aunque durante una época de su juventud se planteó seguir la fe de su padre y hacer el bar mitzvá, Kravitz experimentó una conversión religiosa en la escuela y aceptó el evangelio de Jesucristo. Después probó algunas iglesias de Los Ángeles, pero ahora no reivindica ninguna organización como propia. “En general, la iglesia es la vida cotidiana”, sostiene. “Me despierto en la iglesia. Soy consciente de Dios todo el día. No puedo escapar de él. Es así de poderoso”.

La comunidad LGBTQ+ ha sido una gran influencia para el artista a lo largo de su vida. “No solo en la moda y el estilismo, porque eso es algo superficial”, comenta, sino también en aspectos más profundos. “En los años 80 en West Hollywood me rodeé de artistas, músicos, peluqueros y diseñadores, personas muy creativas. La mayoría pertenecían a esa comunidad”. Lo acogieron y, como él añade, “me protegieron, me educaron y me alimentaron”.

Kravitz no niega que la religión organizada ha sido terrible para la comunidad que ama. No son los únicos contra los que se ha utilizado la palabra de Dios, se apresura a recordarme. “El propio Ku Klux Klan leía la Biblia”, afirma. Y como él cree (y la historia sin duda corrobora), “la gente siempre utilizará a Jesucristo para respaldar algo que no tiene nada que ver con lo que Jesucristo haría”. Eso solo cambia su relación con la Iglesia, no con Dios, asegura Kravitz.

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LENNY KRAVITZ TIENE ASPECTO DE ACABARSE DE DESPERTAR. Es la una de la tarde del miércoles siguiente y está en Miami. Nos reunimos por Zoom. Kravitz se levanta de la cama y se dirige a la cocina del lugar donde se aloja y se prepara un espresso.

Cuando nos separamos la semana anterior, Kravitz se dirigía a la consulta de su dentista para hablar de su campaña anual de salud dental en las Bahamas. Al día siguiente, tenía una gran sesión de fotos (la nuestra) y luego se fue a Florida a rodar un nuevo vídeo musical. En algún momento, también estrenó el vídeo del single principal de Blue Electric Light, TK421. ¿Por qué se eligió ese tema para ser el primer single? Kravitz tocó el LP inédito para un par de amigos, Bono y The Edge de U2, que sugirieron que este tenía que ser la canción que sacara primero. ¿Quién lo iba a discutir?

Toda una sucesión de eventos llenos de glamur, pero también bastante agotadores, que en este momento de la vida de Kravitz son algo opcional desde el punto de vista económico. Cuando los músicos ganaban dinero vendiendo discos, él vendía muchísimos, así que podría vivir de las rentas lo que le queda de vida. Probablemente podría tomarse un descanso si quisiera. “Pero ¿qué es eso?”, responde Kravitz. “Lo que me impulsa es crear”. No es solo algo que hacer; es lo que hay que hacer.

La faceta más agotadora de su creatividad son, sin duda, las giras. Treinta y cuatro años después, Kravitz sabe lo que cuesta prepararse para pasar años en la carretera. “Tu vida es eso una vez que las entradas salen a la venta”, afirma. “Toda tu vida gira en torno a poder hacer bien esas dos horas y media cada noche. Así que no sales por ahí”. En otras palabras, te tiene que gustar. Hay una frase bahameña para eso: “Si lo amas, deja que te mate”