Si le preguntas a algún viejo rockero del panorama nacional, seguro que sabe quién es Muchachito Bombo Infierno, o Jairo Perera (Santa Coloma de Gramenet, 1975), que es su verdadero nombre. Muchos lo tendrán asociado a nombres como el de Fito & Fitipaldis o incluso al de Albert Pla (el padre de las Stella Maris de La Mesías, como referencia para los más jóvenes, que también es músico), con quienes ha colaborado durante su carrera, de un modo u otro. Resumiendo, para los de la generación Z y más allá, podríamos decir que Jairo es un maestro de la rumba catalana modernizada a ritmo de jazz.

Aunque en realidad, a lo largo de su larga carrera, ha tenido muchas vidas artísticas: empezó con el rock and roll a los 13 años en La banda del desfiladero y después pasó por Trimelón de Naranjus y Los Maravilla, que asegura fueron sus mejores escuelas, donde forjó ese carácter festivo, folk e incluso circense, que le llevó a adoptar sus motes (primero el de Muchachito y después el del ‘Bombo infierno’) y a convertirse en el artista que es hoy en día. En un cómic con el que anunció su anterior disco, El Jiro (2018), confesaba que a los cinco o seis años pidió a su madre por Reyes una guitarra, como la de Peret, y un sombrero como el de El Gato Pérez (venga, googlear ambos nombres), toda una declaración de intenciones. Su nuevo disco, Qué puede salir mal, aunque con un trasfondo social, está hecho para disfrutar y es puro buen rollo y energía, como la que él mismo desprende. Para muestra, El club del paro, mecha de este disco, que además forma parte de la banda sonora de la película del mismo nombre de David Marqués.

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Quedamos con él en un bar de los de siempre, en el centro de Madrid, de esos en los que “la parroquia”, como dice su canción, desayuna a diario. Y aunque son las doce de la mañana, tiene delante un café con leche porque, según me cuenta, ha acabado durmiendo dos horas en el sofá del piso de un amigo, al que casi tienen que entrar por la ventana… ¡Genio y figura!

Tienes cara de que la noche ha sido larga…
Tía, es que he llegado reventado. Porque durante los meses de grabación del disco no me he permitió sentarme ni cinco minutos, ni echar una siesta de media hora… Ha sido todo muy intenso, desde que me levantaba hasta que acabábamos de grabar, a veces hasta la madrugada, sin parar. Así que, desde que acabé el disco he estado dos semanas asustado, porque me entró una narcolepsia y me dormía en cualquier sitio.

De repente el cuerpo entró en “modo reposo”, ¿no?
Sí, eso creo yo. Porque el proceso de grabación requiere de mucha concentración. Grabar cada canción, que la gente entienda los arreglos, que vayan quedando bien. Y después vienen las mezclas, el máster, los planchados… Además, es que yo soy muy metido, estoy en todos los aspectos de mi historia, hasta en cada segundo de cada plano de cada videoclip. Lo que pasa es que trabajo con mi gente y me quieren, así que me soportan. Porque intento que cuando lo comparto con los compañeros lo hagan suyo. Y ellos le dan dos vueltas y acaban llevándoselo a Plutón, se lo llevan más más allá que donde yo había pensado. Pero sí que estoy muy pendiente del proceso, de todos los arreglos y de todo el proceso del disco, hasta que está en la calle. Pero ya me estoy recuperando.

"Las personas estamos hechas de lo mismo, así que es más fácil encontrar el punto donde entenderse que estirar más el chicle"

¿El proceso del disco ha sido una cosa muy artesanal?
Pues sí, porque este disco lo he hecho pensando en la banda que me acompaña ahora. En la que hay gente que lleva conmigo 40 años, otros llevan 20, otros 7 y otros acaban de llegar. Y ahora es muy gracioso, porque los antiguos somos “el muchachito” y “el niño”, que hemos sido los que hemos producido el disco, pero somos los mayores (risas). Ahora los otros son los jóvenes. Pero hay una energía muy guapa en esta banda, es una marching band como las de New Orleans, porque este disco está inspirado en las cadencias rumberas, en la construcción de las melodías de voz y en la ironía de las letras.

Y algo más que ironía porque el mensaje de las letras, en ocasiones, es serio.
Es que quería hacer un disco que hablara de cosas sociales. Pero a mí me gusta reivindicar las cosas, siempre con un punto de humor, de ironía y desde el acercamiento. Porque pienso que todas las personas estamos hechas de lo mismo, así que es más fácil encontrar el punto donde entenderse que estirar más el chicle para llegar ha donde no se entiende uno. Esta ha sido la norma de mi vida y también lo que aprendido en mi casa, de mi madre que es una persona muy alegre y muy conciliadora. Hay algunas parejas de las que me he separado y la relación que siguen teniendo con ella, con la Katy [su madre], es muy buena. Hemos tenido esa suerte, que esa chiquitaja nos ha criado a dos tíos sola y nos ha enseñado un montón de cosas.

muchachito bombo infierno nuevo disco que puede salir mal
Sergio Reviejo//Esquire

Tu madre es muy importante para ti. ¿Ella ya nació en Cataluña o fue uno de los muchos inmigrantes que llegaron en los años 70 a buscarse la vida como otros tantos en Santa Coloma?
Llegaron primero mi abuelo y mis tíos abuelos, sólo los hombres, a buscar trabajo. Porque en Jimena, en Jaén, de donde eran, la situación después de la guerra era muy mala, lo habían perdido todo. Y entonces llegaron a una Barcelona que, como pasa ahora con los campos de inmigrantes, te metían a trabajar un tiempo como ilegal y dormías en cualquier sitio. Ellos estuvieron en un piso en la calle Taller durmiendo con cuarenta personas más, en el suelo. Los hombres se metieron a picar piedra en el aeropuerto del Prat y en las vías del tren y dormían en unas barracas en Pobla-sec. Y entonces mi abuela se presentó en el piso ese de la calle Taller con mi bisabuela Juana y mi abuela Francisca embarazada de mi madre. Ella nació en Cataluña y se crió en aquellas barracas. Mi hermano y yo tuvimos el gran privilegio de ser los primeros que pasamos nuestra infancia en un piso.

¡Madre mía, qué historión! Da para una película de David Marqués.
(Risas) Fíjate cómo sería la cosa que mi tío Miguel, cuando le echaron del poblado, desmontaba la barraca por la mañana, mi tía Manuela se iba a dar vueltas con los niños y él se iba a trabajar al aeropuerto del Prat en bicicleta. Y por la noche volvía, montaban la barraca de nuevo para dormir y así todos los días. Toda mi familia es muy consciente de ese origen. De hecho, de vez en cuando hacemos reuniones de primos, nos presentamos como ochenta y alquilamos un hotel. Y es muy gracioso porque a muchos los he conocido ya de mayor y me he dado cuenta de que, en general, somos todos muy parecidos: gente muy vitalista, conciliadores y muy festivos. Yo creo que somos batusis (risas). Es que un amigo mío decía siempre: “Somos batusis, muy dados a las celebraciones” (risas)

Todo eso se nota en tu música. En este disco hay muchas canciones que te alegran el día, a pesar de su trasfondo reivindicativo. Pero no siempre estarás para fiestas…
Bueno, tengo alguna canción melancólica. De hecho, la que más conoce la gente de mi repertorio [Ojalá no te hubiera conocido nunca] es una canción súper melancólica. Y porque la canto yo y la canto como la canto, que si la canta otra persona sería una canción tristísima. Pero es que lo que a mí me gusta, es mi forma de ser. Aunque mi siguiente disco no va a tener nada que ver con este, es un disco super íntimo que se titulará Cuando el perrico se queda solo, en el que hablo de cosas muy personales y de gente que echo de menos. Va a ser un disco muy desnudo, no quiero instrumentarlo mucho. Pero ahora tengo ganas de disfrutar este, de contar esas historias con mi gente tocando y reírnos en el escenario.

Tengo la sensación de que durante toda tu carrera siempre has tocado rodeado de amigos y los que no lo eran antes de tocar, lo han sido enseguida. ¿Cómo de importante es para ti la amistad?
Yo conservo amigos desde los seis años, con los que me sigo viendo y tengo un trato de familia. Porque para mí lo bueno de la amistad de verdad, es que no necesitan que uno esté todo el rato. Yo viví aquí en Madrid diez años, al lado del bar en el que he grabado el videoclip del Club del paro precisamente. Y vuelvo después de mucho tiempo y es como si acabara de bajar de mi casa. Y cuando he vuelto a Santa Coloma después de muchos años fuera, exactamente igual. Con los buenos vecinos y con tus buenos amigos no pasa el tiempo ni en el olvido.

¿Es cierto que este disco lo has grabado en un estudio hecho a medida?
Sí, he construido e insonorizado una nave para grabar este disco, para tener un espacio donde estuviéramos cómodos y no tener que estar mirando el reloj, sino poder concentrarnos en las canciones. Y sobre todo para que tuviéramos luz solar. Porque muchos de nosotros llevamos 20 años trabajando juntos y meternos en un boquete con humedad y sin luz a hacer canciones para que la gente se alegre… Y el caso es que lo hemos hecho antes, pero muchas veces pienso cómo podíamos componer en ese mojón de sitio. Y la gente lo ha agradecido mucho. He hecho una nave acondicionada para nosotros; en la que todos los muebles tienen ruedas para poder moverlos como hacemos nosotros en el escenario; para tener la sala que necesitemos en cada momento. Me he construido una cocina también dentro de la sala insonorizada, porque el rato de después de grabar a veces es más jaleo que la grabación misma. Se va grabando por pistas, muchos de los instrumentos por separado y cuando se puede unir la gente para cenar, son las mil. Así podemos empezar la jarana antes.

Vamos, para montar la juerga allí mismo.
Sí y, cuando tenemos muchas horas seguidas, llamo a mis amigos para que se vengan, porque yo soy un gran amante de los bares, para mí ahí es donde está la verdadera identidad. En este disco hay muchos homenajes a esos bares y los vídeos están grabados en bares muy queridos para mí, a los que vuelvo y son como mi casa. Porque son sitios con solera, mantenidos, bien llevados y que son casa, refugio para mucha gente y lugares sociales. Allí en Santa Coloma hemos tenido pérdidas grandes últimamente, Las Taninas por ejemplo, que han dado gloria al barrio. Y cada vez quedan menos bares genuinos donde la gente se pueda reunir y que no sean cadenas.

¿Cadenas de esas que imitan bares antiguos pero les falta alma?
Es que tú no puedes decir que has visto una ciudad si has visto el aeropuerto ¿no? Pues esto es lo mismo, la identidad de las cosas es importante. A mí me me gustan los bares, donde la persona se ha hecho su rincón, como los colectivos en Argentina que cada conductor decoraba su autobús, porque pasaba tanto tiempo allí que lo quería tener chulo a su manera. Yo soy un apasionado de los bares. Me han salvado la vida mil veces y han sido un refugio en muchos momentos.

muchachito bombo infierno tocando la guitarra
Sergio Reviejo//Esquire

¿Se podría hacer una ruta de bares con tus canciones?
Sí, y de varias ciudades, porque yo me he movido mucho y con los años yo me fui de Santa Coloma y mi cariño se fue repartiendo. Tanto es así, que hubo un momento en el que no sabía dónde quedarme. Estuve un tiempo dando vueltas de ciudad en ciudad y me encontré a gusto en muchos sitios. Al final me quedé en Barcelona, sobre todo por estar cerca de esa chiquitaja de la que te hablaba antes. Pero mi trabajo me permite poder moverme y ver a mis amigos de Madrid, de Jerez, e incluso de Coruña.

Está claro que eres un animal social. ¿Qué es lo que más te gusta de la gente?
Me gustan las personas, me gustan nuestras contradicciones, nuestras complicaciones. Y me gusta intentar aprender. A veces te sientes que no avanzas, que te estancas y no aprendes. Y para esto lo mejor es salirte de la situación de confort y compartir con compañeros. Me acuerdo cuando me llamo Fito para el veinte aniversario y me dijo [Cambia la voz para imitar la de Fito]: “Jairo, te vienes como artista invitado”. Él es tan genial, es todo un señor. Yo le llamo “el pequeño gran hombre” porque tiene esa elegancia de que a mí me llamaba artista invitado todo el rato, aunque yo digo con orgullo que fui el telonero de Fito durante esa gira. ¡Me iba a hacer hasta una tarjeta! Porque yo le quiero mucho a ese pequeño, es muy de verdad y se agradece que alguien sea tan de verdad, con una situación tan chula, con una crew tan potente y que cuide tanto a la gente, con ese cariño. Y sobre todo, divertirte y compartir. Yo en esa gira fui solo, sin banda, y abría el show con una batería de cinco pedales. Y él me puso un camerino y todo. Y yo le dije: “¿Pero para qué me lo va a poner si es yo es que no voy a estar?”. Y es que yo ahí no estaba, me iba a ver su concierto cada noche, porque no me lo quería perder ninguna. Y fue un regalo para mí, porque aprendí mucho. Carlos Raya me ayudó muchísimo a mejorar cosas del sonido. Peter y Nitro, los chicos de todo el equipo técnico y demás, me abrumaban a veces de lo bien que me cuidaban. Yo que soy un tío que me lo he hecho todo sólo o con mis amigos, “como la bola de cristal” (risas). Han estado muy pendientes de mí, en eso he sido millonario siempre. Tengo esa suerte de ser millonario en amigos. Porque hay gente que te la vas encontrando y que es casa. Y que te dice que le acompañes a hacer algo muy difícil o que no harías nunca por ti mismo, y te vas de cabeza.

Tú eres de otra generación, pero el mundo de la música ha cambiado mucho. ¿Cómo llevas este nuevo mundo de los feats, los singles cada quince días y el streaming?
Pues bien, fíjate que a mí hoy en día que podemos hacer lanzamientos y volver al single me parece fantástico. Porque yo ahora mismo, en este disco, ya he podido sacar dos canciones para que la gente las conozca. No tengo que esperarme. Porque hay canciones que tienen su tiempo. Mira, en este disco hay una que ha estado guardada 23 años en un cajón: Tus labios son. Esa canción yo la cantaba en directo, pero en el momento en el que la fui a sacar en un disco, salió una canción con una letra muy parecida. Así que la reservé. Y ahora, para este disco, Silvano que ha sido mi compinche a las percusiones y las baterías, la descubrió. Y me dijo que estaba guapísima, que teníamos que meterla. Yo no quería, porque no quería meter canciones de amor. Quería hacer este rollo social, porque me parece lo más en contra que puedes hacer ahora mismo.

Sí, ya no hay compromiso social en el mundo de la canción, desde luego. ¿Por qué crees que es eso? [En ese momento, se acerca un hombre pidiendo dinero a la mesa y le pide un bocadillo de jamón, para que se alimente]
Bueno, yo en este caso lo tuve fácil porque el pistoletazo de salida fue el tema de El club del paro. Yo iba a empezar con el disco melancólico del que te hablaba antes, pero David Marqués me llamó y me dijo que quería que le hiciera una canción para esa película, con una historia social de amigos en paro. A mí no se me ocurría nada, a pesar de que insistía, me había pasado los guiones… Y entonces me dijo que simplemente eran cuatro amigos, que no saben por qué lo son, pero que se juntan en un bar para hacer frente al mundo. Y entonces me acordé de que yo había pasado la pandemia con un amigo que es jardinero, otro que cuida un piso, otro que tiene un bar… De mis amigos de la infancia, ninguno hace música. Y eso me trasladó a mis colegas, a mi experiencia y me salió del tirón. Sin saberlo con esto David, me dio pie para hacer un disco en el que hablar de la amistad, del paro y otros problemas sociales.

En esta larga carrera de amigos también has coincidido con Albert Pla. ¿Has visto la serie de La Mesías, la que ha hecho con los Javis?
No, pero me enteré el otro día de lo que iba y me quedé pegado porque yo he estado mucho tiempo enganchado a este grupo. Lo descubrí en el programa de Andreu Buenafuente y me enganché tanto, que durante muchos años, en vez del Feliz Cumpleaños de Parchís yo ponía el de las Flos Mariae [nombre real del grupo en el que se basa esta serie], que me parece brutal.

Pla es un genio y siempre ha tenido una visión teatral del escenario brutal. Me acuerdo un día que me moría de risa porque me invita al teatro y mientras saludaba a la gente pensaba “Joder el Pla, con todo el teatro lleno y tenía una chicharra en el cable de la guitarra que no veas” y de repente sale él con su cara de despiste, mira para la peña, le da una patada con todas sus fuerzas al ampli y se acabó la chicharra. Y todo el mundo aplaudió ¡es un puto genio! Arrancó el primer aplauso sin ni siquiera haber abierto la boca. Así que no me extraña que lo haya petado en ese papel, porque Pla es un genio con una anarquía muy guapa y muy dulce. Me acuerdo cuando hizo un disco poniéndole letras a las canciones de Pascal Comelades, y me pidió que grabara con él una de ellas. Me pongo con él en el estudio y era una canción que se movía constantemente, ahí no había metrónomo. Porque no sé si sabes que antes era así, que todo esto empezó en los años 70 con la música disco, que el oído se acostumbró a que todo tuviera una medida. Pero los discos de antes, eran canciones que llevaban vivas durante meses siendo tocadas en la carretera y cuando llegaban a un estudio a grabarlas se movían. Las canciones de Bob Dylan están orgánicamente vivas. Y a mí eso me encanta, porque lo que de verdad importa es la canción y lo demás es un vestido. Pues con Pla tuve que tocar súper concentrado para poder seguir ese movimiento, que yo no conocía, porque nunca había tocado con él y su banda.

También haces un homenaje en este disco a El Gato Pérez, cantando Gitanitos y morenos. ¿Él es uno de tus referentes?
Sí, yo reivindico siempre la figura de El Gato, porque hay muchas cosas en las que me identifico con él. Él venía de un matriarcado, como yo. Y era un “extranjero del sabor”, esta canción lo define muy bien, igual que a mí.

A mi madre a los seis años le pedía una guitarra y un sombrero. Decía mi madre que no sabía casi hablar y ya pedía esas dos cosas. Y entonces me regalaron un sombrero y mi gorrita de capitán de barco, que me gusta a mí llevar gorras de capitán de barco. Aunque ahora ya con la edad que tengo me da vergüenza porque parezco más un señor de la Barceloneta (risas). Empecé a tocar con una raqueta de tenis canciones de Peret y Gato Pérez. Además tuve la suerte de tener en casa a mi hermano Joni, que era un musicólogo que no veas, no ha tenido reparo en escuchar a músicos de todo el mundo, y compraba discos por la portada. Hemos conocido grupos buenísimos, que nunca han despuntado a nivel internacional pero a nosotros nos encantan. Seguimos a gente de Bélgica, y a muchos los hemos llegado a conocer. Cuando tendría yo unos 13 años y mi hermano 17, empezamos a seguir casi a la par, a Kiko Veneno y a Jonathan Richmond. Son dos tipos que nos iluminaban y a día de hoy diría que son mis mayores influencias. Me marcaron mucho, por cómo son ellos, las melodías, el estilo de las letras... Yo iba a las salas siendo menor de edad a verlos en Barcelona, en todos sus conciertos.

"Kiko Veneno es un sabio y a la vez el más joven de todos mis amigos mentalmente"

Pero hay gente que de la admiración que les tenía no les quería conocer, me daba miedo y eso fue lo que me pasó al principio con Kiko Veneno. Pero le escribí una carta para que me dejara cantar Si tú, si yo, en mi primer disco. Le conté que venía de tocar en la calle y que sería muy importante para mí. Y me escribió y me dijo: “Querido muchachito, puedes tocar esta y todas las que quieras de mi repertorio”. Y me ganó hasta el punto de que se ha convertido en un amigo muy cercano. Kiko es un sabio y a la vez es el más joven de todos mis amigos mentalmente. Siempre te va a hacer pensar, tiene muy poco miedo a romper esa zona de confort y a no quedarse en lo que la gente espera de él, sino en lo que él necesita. Un día le hablamos de Jonathan Richmond. Mi hermano se carteaba con él y le dijimos que le iba a gustar y que a veces en sus conciertos tocaba el Volando voy. Y nos dice: “Claro Jonathan, si lo poco que sabe de castellano se lo he enseñado yo”. Nos contó que le enviaba cosas de Lorca, de los Machado… Y entonces me llamó un amigo periodista y me dijo que Jonathan Richmond venía a España y que estaba buscando a alguien que tocara con él, que si me interesaba. Así que llamé a Kiko y dijo que también se venía. Así que tuve la suerte y el gran acojone, de tocar un concierto con mis dos ídolos.

muchachito bombo infierno nuevo disco
Sergio Reviejo//Esquire

Y llegados a este punto, ¿ya puedes hacer lo que quieras?
Sí, con todos los intentos fallidos de Trimelón aprendí mucho sobre lo que no quería de formar parte de la industria musical. Yo me considero un underground porque me he autogestionado todos estos años. Me construyo el atrezzo para los videoclips, me los grabo, hago los storyboard, me construyo los estudios, los instrumentos. Hemos modificado toda la percusión para poder hacer los temas antiguos también con esta formación, tengo un taller siempre en mi local cargado de herramientas y siempre estoy construyendo cosas, muchas de ellas todavía no las he estrenado. Yo soy dueño de todo lo mío, de mis discos desde desde el primero hasta el último. He rechazado dinero, pero por otro lado tengo una libertad que va ligada a un compromiso muy gordo de trabajar muchas horas, que no se ven entre bambalinas. Porque yo trabajo desde que me levanto hasta que me acuesto. Y encima tengo que oír que la gente te diga lo bien que te lo pasas. Pero la gente no sabe los kilómetros que hay que hacer, la de veces que has dormido en el suelo esperando un retraso, la de veces que has salido a cantar con un hueso roto o con un mal día. Pero es terapéutico y liberador para uno mismo incluso. Yo a veces toco para niños o en la cárcel, porque son los públicos más exigentes. Empiezo y veo las reacciones y voy viendo cómo les voy alegrando el día. Y me voy de allí como si hubiera dormido tres días seguidos, hubiera comido una paella y me hubiera pegado una siesta. Me recarga las pilas. Yo creo que es por la sensación de sentirte útil, que estás haciendo algo que vale para algo, aunque solo sea para ese momento. No vamos a cambiar el mundo, pero si le sirve a alguien…

Pero con que hayas cambiado el de alguien es suficiente…
La gente te dice cosas muy bonitas; gente que ha aprendido el idioma con mis canciones. Hay una profesora que se las pone a los niños, gente que las usa para trabajar con niños con autismo. Todas esas cosas me superan. Bueno, ese es el poder de la música, no es ni mérito mío. Ese es el poder que tiene la música, que te puede emocionar algo que no estás ni entendiendo, en otro idioma que no sabes, pero de repente te pone los pelos de punta y no sabes por qué.