El pasado 8 de julio, Ringo Starr celebraba su 77º cumpleaños ofreciendo una rueda de prensa en las instalaciones de su discográfica en Hollywood, Capitol, que aprovechaba para anunciar el lanzamiento de su 19º disco de estudio, que verá la luz este mes de septiembre. Vestido de negro de pies a cabeza, con un atuendo tirando a demasiado juvenil y unas impenetrables gafas de sol, el que fuera batería de The Beatles adelantaba un par de canciones de Give me more love, el disco que ha grabado desde la comodidad de su propio -y, presumimos, completísimo- estudio casero. Como es de rigor, Ringo también desglosaba algunos detalles de su nuevo trabajo, como son la participación de conocidos artistas como Dave Stewart, de Eurythmics, Joe Walsh, guitarrista de The Eagles, o el meloso cantante de finales de los ochenta Richard Marx. Ah, y también ha conseguido que Paul toque el bajo en una canción. ¿Paul? Sí, ESE Paul. Paul McCartney. BOOM.

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    Ringo Starr, rodeado de amigos durante la presentación de su nuevo disco.

    Julio de 2017: Lo que hasta el momento pasaba por ser una pachanga de músicos talluditos se convierte en noticia musical de primer orden. Los dos integrantes vivos de The Beatles colaboran juntos de nuevo. “Seguimos siendo colegas, aunque él hace su vida y yo la mía. Le llamé por teléfono y le dije que tenía una canción en la que quería que tocase”, asegura Starr con toda naturalidad.

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    Ringo Starr y Paul McCartney tocando juntos en 2009.

    Quizás este encuentro diste de ser algo de proporciones cósmicas, sobre todo si tenemos en cuenta que McCartney ya cantó y tocó el bajo en el disco que Ringo publicó en 2010. Sin embargo, con solo recordar que estrellas del siglo XX como Michael Jackson, Prince, Chuck Berry, Lou Reed, Leonard Cohen o David Bowie ya no están con nosotros, la simple existencia de dos mitos de la música popular de los últimos cincuenta años es, si nos paramos a pensarlo, poco menos que un fenómeno. Que ambos sigan en activo y colaboren, entra en la categoría de eclipse solar.

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    Los Stones, en 1963, durante su primera gira británica.

    Desde la otra orilla, The Rolling Stones preparan su gira europea 2017, que arranca el 9 de septiembre en Hamburgo -ciudad donde los Beatles empezaron a convertirse en la banda que volvería loco al mundo- y hará parada en Barcelona el 27 de septiembre. Cuando finalice, No filter será la sexta gira consecutiva que lleva a cabo la formación encabezada por Mick Jagger y Keith Richards. Ha pasado, literalmente, toda una vida desde el primer concierto de The Rolling Stones en el londinense Marquee Club, un lejano 12 de julio de 1962, y no mucho menos desde su primera gira británica, en septiembre de 1963. Mick Jagger y Keith Richards cuentan, respectivamente, con 74 y 73 años, frente a los 77 y 75 de Starr y McCartney.

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    Durante el tiempo transcurrido desde la separación de los Beatles en 1970 hasta la actualidad, se ha mantenido vivo y saludable el mito de los Beatles. Así, pese a que, inevitablemente, cada vez vayan quedando menos testigos de primera mano de sus conciertos o del lanzamiento original de sus discos, casi todo el mundo tiene una canción favorita de los Beatles, recuerda cuándo fue la primera vez que les escuchó o, como en el caso de los británicos House of love a principios de los noventa con Beatles and the Stones, evoca cómo unos y otros fueron los primeros en focalizar la experiencia de escuchar a tu grupo preferido desde la soledad de tu cuarto. Con los años, las experiencias místicas de John, George, Paul y Ringo o el trágico asesinato de Lennon se han convertido en hitos encaminados a hacer crecer la leyenda del cuarteto más conocido de la historia del pop mundial. A diferencia de Michael Jackson con los Jackson 5 o Morrissey con The Smiths, los componentes de la banda de Liverpool han desarrollado sendas carreras musicales siempre ensombrecidas por el legado Beatle y sus canciones, discos y hazañas más grandes que la vida misma.

    Durante todo ese tiempo, The Rolling Stones han recorrido una carrera de fondo, no exenta de obstáculos y tramos tortuosos, en la que han publicado 25 discos y una cantidad casi innumerable de grandes éxitos y recopilatorios. Bien es cierto que, prácticamente ninguno de sus lanzamientos desde el lejano Steel Wheels (1989) ha conseguido suscitar gran emoción más allá de la numerosa legión de seguidores y acérrimos de los rojísimos labios con lengua sacada. Las joyas de la corona, en el caso de Jagger, Richards y compañía, son las mastodónticas giras en las que el espectáculo de luz y sonido se combina con un puñado de himnos históricos de rock and roll. Superado ya el running gag de “ésta es la última gira de los Rolling Stones”, queda claro ya que, ahora sí, posiblemente no ande muy lejos la jubilación de esta pandilla de bulliciosos setentones, pero ellos no tienen ninguna prisa por poner fecha.

    "Su rivalidad responde a algo identitario por parte al aficionado al pop y al rock. O eso nos habían hecho creer".

    Así, cuarentaisiete años después de que ambos grupos coincidiesen, juntos, pero no revueltos, en las listas de éxitos y corazones del mundo, los Beatles y los Rolling Stones siguen siendo noticia. Y, de manera inevitable, algún periodista, en algún momento, en algún lugar, sacará a colación la eterna y no escrita necesidad de elegir entre los londinenses y los de Liverpool.

    Una rivalidad que, principalmente, responde a algo identitario por parte al aficionado al pop y al rock and roll, o al menos eso nos habían hecho creer. Para que el DNI musical de uno se asentara y fuese comprensible, desde hace décadas parece que es necesario decantarse por los flequillos, el pop pluscuamperfecto o la psicodelia juguetona de los Beatles o por las melenas desordenadas, el cuero, la sensualidad y el walk on the wildside que vendían los Rolling Stones. Gran parte de la “culpa” había recaído también en el interés de la prensa por sacar todo el partido posible a la auténtica revolución que estaba acaeciendo. Novelar la realidad, convertirla en un apasionante culebrón lleno de gestas y rivalidades, de héroes y villanos, era una fórmula demasiado irresistible como para dejarla pasar. Poco importaba que, entre ambos retratos, existiese una amplísima zona de distintas tonalidades de grises que difuminaban lo que se supone que unos y otros eran y representaban: o eras de unos, o de otros. He aquí que nos las prometíamos muy felices.

    Desde luego, en este vídeo, parece que Lennon y Jagger en algún momento tuvieron buen rollo.

    A diferencia de lo que pasaría a posteriori con Blur y Oasis, una orquestadísima rivalidad avivada por la personalidad bocazas de unos y otros y, sobre todo, por el don de la oportunidad de la prensa musical británica para vender ejemplares a capazos, lo de Beatles y Stones era más fruto del respectivo forofismo que otra cosa. Así era –con matices- hasta que, cuarenta años después, en pleno 2013, llega John McMillian, un profesor universitario de los Estados Unidos y publica Los Beatles vs. Los Rolling Stones (Urano Ediciones), una biografía en la que aventura que el perenne debate de la historia del rock tenía fundamento más allá de fans y medios de comunicación.

    Este profesor de historia de la Universidad de Georgia rompía el mito de que la rivalidad más grande y genuina de la historia del rock no solo había sido cosa de sus entregados fans, y que la supuesta cordialidad entre ambos grupos distaba mucho de ser tan real y sincera como la historiografía Beatles-Stones nos había estado haciendo creer. McMillian se propuso investigar qué había de todo aquello sumergiéndose en fuentes, testigos y referencias innegablemente trilladas a lo largo de estudio, devoción e idolatría y su conclusión fue un more than meets the eye fundamentado, claro, en hechos, documentos y declaraciones.

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    Los Beatles, en 1967.

    Quien esté algo versado en la historia de ambos grupos conocerá que fue el propio George Harrison quien recomienda el fichaje de The Rolling Stones a Dick Rowe, cazatalentos del sello Decca que había dejado pasar la oportunidad de fichar a los propios Beatles. Otros, sin duda, sacarán a colación como Lennon y McCartney regalaron a Jagger y compañía, I wanna ve your man, segundo single de los Rolling Stones que contribuiría a pavimentar el éxito de la banda en sus primeros y dubitativos pasos, a principios de los sesenta. No es menos cierto que la brecha abierta por los Beatles y sus distintas reinvenciones en el terreno de la música popular sería una espada de Damocles no siempre fácil de digerir para otros grupos de éxito. Conocido es el empeño de Brian Wilson porque las canciones de los Beach Boys superasen en reconocimiento y éxito a la de los británicos, que acabaría convirtiéndose en una enfermiza obsesión. Y, desde luego, no resulta menos cierto que, a lo largo de la década de los sesenta, The Rolling Stones paladearon las mieles del éxito casi siempre siguiendo la estela del cuarteto de Liverpool. Un John Lennon siempre proclive a diferenciar poco o nada entre lo que pensaba y lo que acababa diciendo se refirió en más de una ocasión a ello, acusando, de manera más o menos explícita, de replicar lo que hacían los Beatles unos meses después. Ya separados los de Liverpool, el mismo Lennon no dudaba en mofarse de los Stones, personalizando en las maneras de Mick Jagger sobre el escenario, viniendo a decir que a quién le iba a interesar en la década de los ochenta ver a aquellos mamarrachos sobre un escenario. Una afirmación que no viviría para comprobar y, sobre todo, ver refutada.

    Alguien podría decir que los Stones facturaron sus mejores trabajos cuando se libraron de la presión de competir con los Beatles. Sticky Fingers (1971) y Exile on Main Street (1972) son merecidamente saludados como dos discos excepcionales, y ambos fueron lanzados desde la tranquilidad de saber que sus eternos adversarios –reales o figurados- habían decidido separar sus caminos a principios de la década y pasarían los primeros de la misma dirimiendo sus diferencias sobre porcentajes, derechos y royalties. Y no les faltaría razón, aunque serían terriblemente injustos si olvidasen que Beggar’s Banquet (1968) y Let it bleed (1969) ya eran excelentes trabajos que, enfrentados al abierto declive que significaban Abbey Road (1969) y, sobre todo Let it be (1970) de los Beatles hacían las veces de heraldos de un cambio de status quo.

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    Los Stones, durante un concierto en Sao Paulo el año pasado.

    Pasarían años, eso sí antes de que Mick Jagger o Keith Richards diesen por muertos (musicalmente) a los autores de Yesterday y Yellow Submarine y se atreviesen a vacilar a John Lennon preguntando abiertamente a quién le iban a interesar las carreras en solitario de los cuatro de Liverpool y, sobre todo, la del autor de Imagine. The Rolling Stones siguieron un camino que les ha traído sanos y salvos –si exceptuamos algún episodio con cocoteros- y les ha permitido vencer en la batalla del tiempo: ellos nunca se han separado formalmente en medio siglo y sus rivales hace décadas que dejaron atrás la posibilidad de reunirse, si es que alguna vez tuvieron intención. Por otra parte, los autores de Sympathy for the devil y Street fighting man dejaron de producir música relevante mucho antes de que algunos de quienes están leyendo esto hubiesen nacido. Lo suyo ha sido dejar atrás la mística para convertirse en una suerte de banda de autohomenaje, un grupete de señores que disfrutan viajando por el mundo y haciendo el canallita en escenarios inmensos ante miles de personas que quieren paladear, aunque sea de muy lejos, el sabor del rock and roll de verdad, que quieren, ya me entienden, un trozo de lo auténtico. Una presentación en formato Powerpoint llena de macroeconomía, de gráficos disparatados y cifras con muchos ceros que sirven para describir cachés, número de camiones y medidas de luz y sonido que, no nos engañemos, resta encanto a su cantar de gesta. El tozudo aguante de unos frente a la leyenda construida a partir del adiós y la caída del héroe parecen querer dejar el eterno Beatles vs Stones en unas igualmente eternas tablas. Claro que… ¿había que elegir?