Cuando tu familia política vive en otra ciudad no todo es de color de rosa. En vacaciones esa bendición se convierte en tu peor pesadilla. Aquí te damos las claves para saber cómo sobrevivir a unas Navidades en casa de tus suegros o qué hacer cuando, peor aún, son ellos los que amenazan con venir a pasar las fiestas… Aunque no lo creas, hay trucos y técnicas para sacar tu lado más zen y lograr que llegues incluso a divertirte en lo que te parecía el fin del mundo.

Son muchos los individuos sanos y normales que disfrutan de la compañía de los padres de su pareja, tipos con un arraigado y amplio concepto de la familia y para los que las reuniones familiares son siempre motivo de alborozo. Si eres de esos, este artículo no es para ti, aunque me sentiré feliz si con él logro al menos arrancarte una sonrisa. Si, por el contrario, ya sea por timidez, como es mi caso, o por cualquier otro motivo, eres de los que literalmente sucumben al pánico ante la perspectiva de romper la armonía de tu hogar para pasar unas Navidades en familia, no desesperes. Ármate de valor y sigue estos sabios consejos, que de afrontar reuniones indeseadas, yo sé un rato.

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1. Nada dura para siempre, el tiempo pasa muy rápido y enseguida volverás a la seguridad de tu cueva.

Esa es la idea que tienes que tener presente durante toda la estancia vacacional compartiendo techo con tus queridos suegros. Si son ellos (o tu pareja) los que han decidido quedarse en tu casa, tienes el 80 % ganado, juegas en casa, y siempre te puedes inventar compromisos –como que es absolutamente imprescindible cambiar esa bombilla que tanto consume por una LED que necesitas ir a comprar a las 9.00 de la noche a ese Leroy Merlín que está a 30 km–. Quién sabe, tal vez esa poco apetecible visita te empuje a llevar a cabo todas esas pequeñas chapuzas que ibas postergando. Si eres tú el que vas a la casa familiar, bueno, no pierdas de vista lo que hemos dicho antes, que no hay mal que dure mil años, y consuélate con las pequeñas ventajas. Es una ocasión para hacer turismo en otro lugar y de forma barata pues no solo te ahorras el alojamiento, sino que esos días no gastas calefacción, ni luz, ni agua. Si he de ser sincera, esas ideas de ahorro y economía a mí me hacen sentir miserable. Si a ti no, aférrate a ellas como la tabla de salvación que te servirá para pasar la tormenta. Solo es cuestión de tiempo.

2. Nunca es para tanto.

Aunque te horroricen los chistes del cuñado, los reproches de tu suegra y la altanería de su marido, ten en cuenta que no son gente cuya compañía hayas elegido libremente. Vienen impuestos con tu pareja, alguien con quien sí que estás voluntariamente. No tiene por qué gustarte su familia, no son tus amigos, pero por deferencia hacia tu cónyuge, y por tu propio bien, no discutas. No vas a poder cambiar a las personas y mucho menos a tu familia política y van a seguir estando en tu vida, probablemente para siempre. Por eso mismo has de reflexionar sobre cuál es el tipo de contacto que quieres tener con cada uno de ellos. Yo soy de la opinión de que lo mejor es mantener la distancia y no bajar la guardia. Puede que tu familia política sea maravillosa y resulte absurdo tomar precauciones. Pero si no es así, no pasa nada. Tú, mantente frío y cortés. Digan lo que digan, no entres al trapo, pasa de todo, en serio. No merece la pena disgustarse, y menos con la familia política, porque luego se hacen bandos y tú y tu pareja os veréis, sin saber ni cómo, enfrentados.

Nuestra propia familia también nos viene de serie, pero es cierto que, en general, como la relación viene de más largo y tenemos experiencias y referencias comunes, toleramos a los nuestros mucho mejor. Así, a ese hermano pequeño egocéntrico y caprichoso que siempre se tiene que salir con la suya lo miras hasta con cariño, recordando al precioso niño de bucles rubios que tanta gracia te hacía en sus primeros 10 años de vida. Bendita magdalena de Proust. Pero con el cuñado picajoso no puedes, lo has conocido de adulto, cuando ya era un total cretino, sin atisbo de redención. Pues ese es mi consejo, no te hallas en una reunión de vecinos discutiendo una derrama, ni con un compañero de trabajo defendiendo un proyecto del departamento, solo estás compartiendo gambas y matasuegras. Cíñete a la conversación intrascendente y si te provocan con temas peliagudos, mantente firme en la trivialidad. En realidad, ¿qué más te da?

3. Encuentra tiempo para ti.

Tanto si estás en casa de tus suegros, como si son ellos los invitados, no tenéis que estar todo el rato juntos. Para ellos, por muy charlatanes que sean, librarse de tu presencia también supone un respiro. Todo el mundo necesita su dosis de intimidad, no es algo tan raro. Sé sincero y simplemente desaparece a tu cuarto, diciendo que quieres descansar un rato o leer un informe de la oficina. O que has empezado a hacer meditación. Sal a la calle aduciendo que necesitas dar un paseo para estirar las piernas o hacer unas compras. Si amenazan con acompañarte, yo tengo la excusa de que voy a entrenar; si tú no eres de correr, cálzate unas zapatillas deportivas, hazte con ropa cómoda y lárgate con el pretexto de tu nueva afición al running, aunque luego en lugar de trotar por las calles te leas el periódico en un bar. Eso sí, que no te pillen.

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Puedes simular una repentina afición al running, pero que no te pillen en el bar de la esquina vestido como para correr la maratón.

4. Disfruta de las pequeñas cosas, busca puntos en común.

Yo, que antes me sentía abrumada ante la perspectiva de una comida familiar, he aprendido la técnica de buscar el común denominador. A ver, ¿qué tengo yo en común con el hermano militar de mi marido? En principio nada, nuestros puntos de vista políticos e intelectuales no pueden ser más dispares. Pues centrémonos en lo común, ya sea la jardinería, la cría de canarios o el turismo rural. El patinaje artístico, la fotografía, el aeromodelismo. Rebusca en las aficiones de cada uno, ese terreno neutral en el que ambos vais a estar a gusto charlando. Más aún, antes de cada encuentro familiar, repasa lo último publicado sobre el tema, ya sea cocina o series de televisión, siempre cosas poco conflictivas. Esa actitud de geisha te permitirá mantener una conversación inteligente sobre un tema que a primera vista no te parecía muy atractivo y que sin embargo luego ha resultado mucho más interesante de lo que nunca habrías imaginado. ¿Quién sabe? A lo mejor hasta acabas anhelando la compañía de ese militar reaccionario que resulta que al final no es ni tan reaccionario ni tan botarate como te esperabas.

5. Ante todo, mucha calma.

No olvides que en navidades, con el alcohol y el estrés de la imperiosa compra de regalos, se caldea el ambiente y, entre brindis y panderetas, afloran viejas rencillas y se producen enfrentamientos estúpidos. Son fechas de gran actividad policial por incidentes en cenas familiares que empiezan con pequeñas bromas y acaban como el rosario de la aurora. Ridículo, gratuito y siempre evitable. Si no te sientes al 100 % cómodo con tu familia, controla la ingesta de alcohol, parece que reconforta, pero es mal compañero en aguas turbulentas. Cuidado con la carga emocional de la cena de Nochebuena, que a veces más que un festejo parece un ajuste de cuentas. A la más mínima provocación, ante el comentario más hiriente de tu suegra, o de tu propio hermano o de la novia de tu primo, sonríe y quítale hierro al asunto. No hagas ni caso y ofrece otro polvorón, pero sé siempre educado. Acepta que no les caes bien, pues, vale, ellos se lo pierden, no le des más vueltas. Y si la cosa se pone realmente irritante, alega un terrible dolor de cabeza y lárgate a la cama. Que no te amarguen las Pascuas. No merece la pena.