Superada por la distópica realidad de la pandemia y el confinamiento, hemos visto durante estos días a una Madonna desnortada y mamarrachil, siguiendo el patrón de tantas celebrities que, acostumbradas a tener el mundo como campo de juego, se sienten fieras atrapadas dentro de los holgados lindes de sus casoplones y actrices secundarias en el devenir de las cosas.

Los fans (y no tan fans) saben que ningún líder puede sobrevivir tras convertirse en leyenda. Unos utilizan este conocimiento para el bien, convirtiendo el actual via crucis de reclusión de su ídolo en una muestra más de su humanidad y, por tanto, de su grandeza, y otros eligen el mal y convierten a una Madonna Louise Veronica Ciccone​ alejada del glamour y los efectos especiales en objeto de guasa y protagonista de memes facilones.

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Y, sin embargo, ajena tanto a los unos como a los otros, la Madonna que cacharrea con el audiovisual casero en redes sociales como buenamente puede y entiende, lo hace un poco desde la inconsciencia de quien se apunta a algo que no acaba saber muy bien cómo funciona, pero es demasiado segura/insegura de si misma como para preguntar, de acuerdo. Pero, y esto conviene no olvidarlo, también desde quien ha perdido la cuenta de las veces que ha reinventado las reglas del show business a lo largo de su carrera.

Sin ir más lejos, un día como hoy de hace 30 años la cantante lanzaba Vogue, el primer single extraído de I’m breathless, un peculiar trabajo discográfico, en tanto en cuanto tomaba como inspiración la película Dick Tracy, en la cual Madonna compartía protagonismo junto a Warren Beatty, pero no era su banda sonora oficial. Ayudada por el legendario Stephen Sondheim, Madonna despachaba un disco inspirado en los años 20 y 30 del siglo pasado, y cargadito de aires de jazz, swing y ragtime, coronado por un rompepistas que no pegaba nada con el resto de canciones pero, vaya, ahí estaba.

Muy posiblemente alguien pensó que tras Like a prayer, un disco con canciones como Hanky Panky o I’m going bananas no iba a llegar muy alto en una época en la que los sencillos y las listas de grandes éxitos tenían mucho peso, así que colocaron sabiamente la que, posteriormente, se convertiría en éxito arrollador y sencillo más vendido del año, con un total de dos millones de copias despachadas.

Vogue, que se convirtió en parte esencial de su faraónico Blonde Ambition Tour y muchas de las siguientes giras de Madonna, fue grabada de manera muy rápida y económica para una época en la que las grandes discográficas no escatimaban en gastos con sus estrellas.

El productor Shep Pettibone llevaba colaborando con Madonna desde Into the groove y había trabajado con un abanico de grandes nombres que iba desde New Order a Belinda Carlisle, Debbie Gibson o los Pet Shop Boys. Un auténtico rey Midas del sonido bailable que contribuyó a darle brío a la idea de Madonna de homenajear a la escena ball culture que reunía a parte de la comunidad LGTBI de Nueva York alrededor del club Sound Factory.

Una vez más, el ciclo de la cultura popular se completaba, y una artista de éxito tomaría una expresión cultural underground para transformarla en éxito masivo. Vogue tenía la grandiosidad y boato de la música comercial de los ochenta junto con un halo de sensualidad nocturna y dosis de house lo suficientemente tamizadas como para que el resultado sonase moderno pero accesible, evocara un aire cool sin pasarse de extravagante, e invitase al magreo, pero siempre por encima de la ropa.

Vogue, además de sus sintes puliditos, sus BPM ajustadísimos, sus teclados de hormigón armado, tenía a una Madonna que domaba el guante de seda forjado en hierro que eran cuerdas vocales, permitiéndose incluso un memorable pasaje de fraseo en el que hacía name dropping de algunos de sus ídolos clásicos.

En una época en la que Internet tal y como la entendemos hoy era una fantasía que pocos podían imaginar, más allá de las radiofórmulas era MTV el principal referente de una chavalada ansiosa de novedad y estímulos, chutados en vena a través de videoclips, un formato que había ido encumbrando en paralelo a su crecimiento exponencial durante la década de los noventa.

La MTV había sido testigo de pelotazos como Thriller, de Michael Jackson y de sonados escándalos como el Like a prayer de la propia Madonna, y recibió con los brazos abiertos Vogue, cuyo videoclip estrenó en exclusiva primicia el 29 de marzo de 1990.

David Fincher se había ido labrando una interesante carrera como director de videoclips para gente como Paula Abdul, Gipsy Kings o la propia Madonna antes de debutar como director con Alien 3. En los casi cinco minutos de duración de Vogue, mostraba un universo en blanco y negro al que se accedía a través de cuadros de Tamara de Lempicka, habitado por guapos y guapas enigmáticos y elegantes.

El homenaje de Madonna a los bailarines y coreógrafos neoyorquinos José Gutiérrez Xtravaganza y Luis Xtravaganza, cabezas visibles del movimiento underground de baile que tanto había impresionado a la cantante, cobraba todo su sentido en un videoclip que ponía en primera línea y de manera desacomplejada una manifestación abierta de la cultura LGTBI que, en aquel momento, solo era posible de manera clandestina y cerrada.

La narrativa visual de Vogue unía una sensualidad en la que los géneros se fundían y confundían entre sí y se vinculaban con algunos de los nombres más significativos de la época dorada de la cultura popular estadounidense en un juego de transparencias, reales y figuradas, que jugaba a sugerir más de lo que enseñaba, pero también a enseñar más de lo que era habitual en televisión.

Madonna consiguió que una canción homenaje a una parte de la comunidad queer y trans negra y latina (cuyo retrato más completo sería cubierto posteriormente por el documental Paris is Burning) fuese número uno en treinta países y vendiese millones de copias en todo el mundo. Su videoclip, cargado de coreografías perfectas y glamour, pero también de brumosa sensualidad no normativa, se emitió de manera incesante en el canal de televisión musical que marcó dos décadas en la historia del audiovisual y arrasó en sus premios anuales.

Vogue derribó muchos muros, e inauguró una era de exploración y explotación de la provocación y la sexualidad como herramienta narrativa y de marketing que aún hoy colea. Tres décadas después no solo se mantiene un espectáculo de primer orden, también siguen estando entre los cinco minutos más excitantes y sugerentes que puede uno experimentar con la ropa puesta.