Con Golden, su último disco, la reina del glitter y la discoteca daba hace dos años un giro de aires country a su habitual plétora de estribillos contagiosos y hi energy, con el que los agoreros que profetizaban el fin de los días de gloria de la rubia australiana. Pero, pocas semanas después, puso el disco en lo más alto de las influyentes listas de ventas británicas, y logró entrar en el Top 40 de canciones con el single Dancing.

El actual top de canciones es un auténtico Tourmalet para artistas veteranos desde que el baremo de éxito son las reproducciones en streaming en vez de las ventas físicas o digitales, por lo que lo de la artista, a sus 52 años recién cumplidos y remando contracorriente en lo que a sonido se refiere, tiene muchísimo mérito. Pero la Kylie vaquera es solo la penúltima encarnación de una estrella pop con más vidas que un gato. Aquí resumimos algunas:

LA KYLIE TELEVISIVA

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Dave Hogan//Getty Images

En los lejanos ochenta, el culebrón Neighbours mantenía pegados a la pantalla a millones de británico seducidos por la mezcla de costumbrismo con intrigas, traiciones y, cómo no, romance. Entre el elenco, destacaba la historia de amor de dos jóvenes, rubios y guapos, interpretados por Kylie Minogue y Jason Donovan. Como en las mejores historias, el romance se trasladaría al otro lado de las pantallas. Mientras tanto, el reparto de Neighbours participaba en un concierto benéfico, en el que Kylie se descolgaría cantando versiones de I got you babe y Locomotion. Dos canciones que le valdrían un contrato discográfico y el pasaporte a la fama.

LA KYLIE POPSTAR

La naciente carrera musical de Kylie caería en las manos de los reyes midas del pop de radiofórmula, los productores Stock, Aitken y Waterman. El trío, que ha facturado hits para artistas que van desde Diana Ross a Sabrina Salerno, pasando por Rick Astley, Dead or Alive o Sigue Sigue Sputnik, le puso en bandeja a Kylie un I should be so lucky que enlazó el éxito que le habían traído la tonada y el bailecito de The Loco-motion. La primera era de Kylie se inaguraba por todo lo alto.

Los discos y los éxitos se sucederían de manera prácticamente sostenida. Arrancaría la década de los noventa con un tercer disco, Rythm of love, cargadito de material con el éxito masivo como objetivo entre ceja y ceja, de entre el que arrasaría Better the devil you know, una canción con la que se empezaba a hablar de madurez creativa de una cantante que, por entonces, contaba con solo 22 años.

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Sin embargo, la carrera de Kylie y, sobre todo, la dirección marcada por Stock Aitken and Waterman para ella, parecían empezar a mostrar señales de agotamiento. Encabezar discos con versiones del clásico Give me just a little more time de Chairmen of the Board o Celebration de Kool & the Gang no se tradujeron en las esperadas ventas y la propia artista no estaba nada convencida.


LA KYLIE INDIE

Kylie Minogue Nick Cavepinterest
Dave Tonge//Getty Images

El ecuador de los años noventa marca un punto de inflexión en Kylie Minogue, que apuesta por un acercamiento a sonidos más, digamos, modernos, en un momento de gran eclosión de producciones que mantienen un ojo en las estructuras clásicas añadiendo capas de modernidad electrónica. La australiana toma nota de lo que están haciendo Björk o Butch Vig y Shirley Manson con su proyecto Garbage y opera una transición que ya apuntaba con Confide in me. Giro que, en todo caso, sería menos radical de lo que podría parecer hasta la llegada de su -llamémoslo- disco de ruptura, Impossible princess

Kylie, en esa época, tan pronto colaboraba con Nick Cave en sus Murder Ballads como enrolaba a los Manic Street Preachers o al japonés Towa Tei para que añadiesen un "algo distinto".

LA KYLIE DISCO QUEEN

Kylie Feverpinterest
Dave Benett//Getty Images

La llegada del siglo XXI marcaría la asunción de Kylie de su estatus como icono gay al que añadiría una carga sexual que eliminaba todo asomo de un pasado más modoso que seductor. Light years tomaba al abordaje la pistas de baile armado hasta los dientes con pelotazos como Spinning Around o Your disco needs you.


La escalada de hostilidades bailongas se había iniciados y no había vuelta atrás. La llegada de Fever en 2001 era la jugada maestra de la guerra relámpago iniciada por Kylie para que el mundo se pusiese a sus pies, desarmado ante un aluvión de contoneos, estilazo y, sobre todo, himnos irresistibles como Can't get you out of my head, In your eyes o Come into my world. Liberada de toda atadura, y más dueña de su destino que nunca, la australiana tan pronto se marcaba un mashup con el Blue Monday de New Order que le encargaba un videoclip a Michel Gondry o una remezcla a Fischerspooner, mientrasnos preguntábamos qué intentaba decirnos con ese insistente "I want to make it with you".

El difícil disco de la resaca, tras el estratosférico éxito de Fever, le llevaría a profundizar en sonidos más cercanos al tecno de los ochenta en Body Language, un disco al que, ya solo por un diamante como Slow, es difícil buscarle reproches.


LA KYLIE ECLÉCTICA

Kylie Minogue Aphroditepinterest
Marco Prosch//Getty Images


La siguiente etapa de la diva australiana vendría marcada en lo personal por su lucha contra el cáncer de pecho que le fue detectado en 2005, y que consiguió superar. Musicalmente, sus intereses fueron de los coqueteos con el electro de X a una vuelta convencida al synthpop que nos regalaría un disco como Aphrodite y un hit rotundo como All the lovers.

Giras mundiales, la celebración de 25 años de carrera musical, recopilatorios de grandes éxitos, un disco con arreglos orquestales de sus principales hits grabado en Abbey Road y hasta un disco de canciones navideñas fueron algunos de los hitos de una década en la que Kylie brilló colaborando con Georgio Moroder o Nervo pero quizás, solo quizás, su fans se quedaron esperando un golpe de timón en forma de gran hit propio.

LA KYLIE VAQUERA

Kylie Goldenpinterest
Andreas Rentz//Getty Images

Los anticipos de Golden nos revelaban sonidos cercanos al country. No en vano, Kylie había estado grabando parte del disco en Nashville. Para muchos, este giro era un gran WTF. Para otros, una señal inequívoca de que la fiesta se había acabado definitivamente para la menuda soprano australiana. Como tantas otras veces a lo largo de su productiva carrera, las listas de éxitos han acabado por darle la razón.