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Todo apuntaba a una leyenda apagándose y es que, con la muerte de Takahata y el retiro de Miyazaki, Ghibli parecía decidido a cerrar sus puertas a la producción cinematográfica. Pero entonces Miyazaki se aburrió de su retiro (o recordó que los japoneses no tienen jubilación) y se sacó de la manga nada menos que El chico y la garza. En estos últimos diez años el manga y el anime han seguido avanzando imparables en cuanto a su peso en occidente y, al contrario que en otras muchas ocasiones, esta vez estaba claro que un anime podía ganar el Oscar a Mejor Película de Animación. Curiosamente, una compleja alegoría sobre la imposibilidad de encontrar un heredero artístico y las dificultades del retiro ha logrado lo que solo El viaje de Chihiro, su película más exitosa a nivel comercial, logró.
Pero, más allá de las dos ganadoras del Oscar, sabemos que Ghibli es mucho más que eso. De hecho, no es la primera vez que decimos sin ningún atisbo de duda que lo mejor y más valioso de todo el catálogo de Netflix es tener la totalidad de las películas del Studio Ghibli (a la espera de El chico y la garza, que llegará próximamente). Un auténtico regalo que nos hace pensar en que la suscripción de Netflix no es tan cara como aparenta desde la subida y que nos permite hacer un poco de justicia cinéfila. Ya seas de los aficionados a Ghibli y al anime desde siempre o de los que están rompiendo esa barrera con hacia la animación oriental poco a poco, el acceso a estas 24 películas permite adentrarse hasta los topes en el universo de Miyazaki y compañía. Esto quiere decir que esta muy bien ver El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro y La princesa Mononoke de Miyazaki, al igual que La tumba de las luciérnagas o El cuento de la Princesa Kaguya, de Takahata, pero también que podemos y debemos ir más allá.
Aunque su frase sobre el fascismo se ha convertido últimamente en un meme recurrente en los procesos electorales en redes, podemos decir que la fama de Porco Rosso está lejos de ser igual de grande que los títulos citados anteriormente. A pesar de ser un relato lleno de elementos fantásticos, tiene un tono maduro, adulto y político más cercano a las películas menos infantiles y más realistas del estudio. El protagonista es un señor maduro y cascarrabias, no una joven repleta de ilusión o un chico valiente y aventurero. No es, de nuevo, la película más comercial de Ghibli ni de Miyazaki. Tampoco hay una mejor.
Estrenada en 1992, Porco Rosso nos lleva a una especie de mar de influencia italiana junto a un hombre que se ha convertido en cerdo, y que un día perdió amigos y algo más en una guerra fascista que de nuevo amenaza con regresar. Ahora se dedica a pilotar su hidroavión entre piratas y a dejar pasar las horas llenas de melancolía. Hay bastante de Humphrey Bogart y de Casablanca en la aparente sencillez de Porco Rosso, una de esas películas que parecen ariscas en la superficie pero están llenas de amor y pasión a nada que escarbas.
Aficionado y apasionado a la aviación, Miyazaki crea aquí su mayor homenaje al aire y al volar en el que es, con diferencia, su mejor trabajo en la dirección. El mejor ejemplo son cada una de las coreografías de vuelo de los protagonistas, tan realistas, tan bien hechas, tan calculadas, que si no fuese porque su filmación es perfecta uno creería que es una grabación real.
En Porco Rosso hay una maldición, una que ha convertido al protagonista en un cerdo, pero lo cierto es que la película no pretende ser una aventura en busca de una cura. Es más bien un relato sobre la sanación propia, interior, por encima de esa fachada exterior que poco importa en realidad. Es una película sobre volar, física, pero también mentalmente. Sobre recuperar la ilusión, las ganas de vivir, sobre mirar hacia el futuro sin olvidar el pasado. Porco Rosso es una auténtica delicia que, creemos, será la película que, con el paso de las décadas, más y mejor reunirá todo lo que hace grande el cine de Hayao Miyazaki. Y sí, la podemos ver cuando queramos en Netflix.
