Hay un adagio muy manido que dice que "la mente es lo primero que se pierde". Aunque pueda parecer cierto, como atestigua el creciente número de llaves de coche extraviadas, no siempre es así. Curiosamente, lo mismo puede decirse de cómo se descompone nuestro cuerpo. Por lo general, se considera que el primer órgano en descomponerse es el cerebro humano, pero un nuevo estudio de investigadores de la Universidad de Oxford complica esa suposición biológica.

    Analizando más de 4.000 cerebros procedentes de 200 fuentes distintas de seis continentes y a lo largo de toda la época del Holoceno, los científicos han hallado diversas situaciones en las que el cerebro puede conservarse espontáneamente, lo que parece poner en tela de juicio la idea de que la mente es, bueno, lo primero que se descompone. Los resultados del estudio se publicaron en la revista Proceedings of the Royal Society B.

    "En el ámbito forense, es bien sabido que el cerebro es uno de los primeros órganos que se descomponen tras la muerte, pero este enorme archivo demuestra claramente que hay determinadas circunstancias en las que sobrevive", declaró en un comunicado de prensa Alexandra Morton-Hayward, investigadora de posgrado de la Universidad de Oxford y autora principal del estudio. "Si esas circunstancias son ambientales, o están relacionadas con la bioquímica única del cerebro, es el foco de nuestro trabajo en curso y futuro".

    Los cerebros conservados en el estudio se encontraron en una variedad de lugares y circunstancias en todo el mundo, incluyendo las minas de sal iraníes, volcanes andinos, tumbas egipcias, y (en un ejemplo particularmente espeluznante) en un cráneo cortado montado en un pincho de madera cerca de un lago en la Edad de Piedra en Suecia. Morton-Hayward y su equipo asociaron cada entrada con datos climáticos para observar las tendencias medioambientales en los 4.000 cerebros.

    El estudio demostró que el cerebro era el único tejido blando conservado en 1.300 de los casos, lo que va en contra del proceso de descomposición habitual. El estudio también descubrió que las distintas condiciones ambientales desencadenaban uno de los cinco métodos de conservación, como la congelación, el curtido, la deshidratación y la saponificación, un proceso en el que las grasas del cuerpo se descomponen en una sustancia jabonosa.

    El quinto método, que es también el asociado a las muestras más antiguas de la colección, es actualmente un poco misterioso. Sin embargo, los investigadores tienen la teoría de que las proteínas y los lípidos se fusionan de algún modo con el hierro y el cobre en determinados lugares de enterramiento de un modo que podría conducir a su conservación a largo plazo.

    "Estamos encontrando cantidades y tipos asombrosos de biomoléculas antiguas conservadas en estos cerebros arqueológicos", afirma Morton-Hayward en un comunicado de prensa, "y es emocionante explorar todo lo que pueden decirnos sobre la vida y la muerte en nuestros antepasados".

    Los tejidos blandos hallados junto a los restos óseos contienen muchos más datos biológicos que los tejidos duros. Sin embargo, los investigadores afirman que sólo se ha investigado el uno por ciento de estos cerebros. En otras palabras, quién sabe qué secretos biológicos e históricos esconden estas mentes que han resistido el paso del tiempo.

    Vía: Popular Mechanics
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    Darren Orf

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