El universo del trap orbita alrededor del fanfarroneo radical (el flexing, vamos aprendiendo léxico urbano), del coqueteo con las drogas (relax, ahora toca ‘chillearse’), de las hazañas sexuales narradas con una perspectiva de género dudosa... Pàdua Keoma Salas (Alicante, 1995), alias Kidd Keo, lleva cinco años en el centro de ese agujero negro que rima ‘chatis’ con ‘Maseratis’, muy consciente de la atracción y el rechazo que genera su propuesta. Pero basta charlar un rato con él para comprobar que detrás de esa ilusión de chunguito con mucha calle se esconde un emprendedor de olfato certero y un creador muy libre. Dos identidades que cohabitan (easy, man) en el cuerpo flaco y tatuado de este músico, sobre todo a raíz del confinamiento.

¿Qué ha cambiado estos meses?
Me pasó una cosa por la que tuve que volver al barrio, a Alicante, un par de meses en pandemia. Yo que venía de darlo todo en Miami... Y me di cuenta de que disfrutaba más haciendo las cosas con la inocencia del niño, sin tanta paranoia. Sé que ya no tengo 15 años, soy quien soy, pero sí me ha servido para recuperar esa esencia.

kidd keo en esquire
Valde
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¿En qué se ha materializado?
Por ejemplo en mi webserie, Bienvenidos a Yonkiland, la continuación de Cálico Electrónico. Con 13 años era mi favorita. Si entonces hubiera podido participar en ella lo habría hecho de cabeza. Esa energía es la que quería recuperar. Me vine arriba, hablé con Niko, el creador, y estamos soltando la primera temporada en YouTube.

Con millones de visualizaciones... ¿La siguiente en Netflix?
Eso es the big picture. Sé que Netflix y otra gente tocha la han visto. Llevamos pocos capítulos, veremos cómo pega en el mercado y decidiremos dónde soltamos la segunda. That’s business, man.

¿Qué otros negocios manejas?
Tengo una marca de ropa, mi marihuana completamente legal para que los chavales estén tranquilos sin efectos psicoactivos... Todo eso me permite ganar dinero y separar el arte para hacer mi música de una forma más niña.

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Tus haters insisten en que estás obsesionado con la pasta.
Sería tonto si no me obsesionara. ¿Cuál es la diferencia entre yo y cualquier otro? ¿No es el dinero la moneda de cambio entre el trabajo y el ocio, los caprichos o los vicios? Que ojalá no fuera así, pero es el mundo capitalista en que vivimos. Con el dinero puedo recoger a mi hermano en un buen coche para ir flexing los dos, a todos los chavales de mi barrio les sirve de motivación –“¡Mira el Keo, qué máquina!”–, he quitado a mi mamá de limpiar... Estoy orgulloso de eso. Y si no se entiende, I’m sorry.

Al tipo duro se le ve enmadrado…
Mi mamá siempre fue artista, dibujaba y hacía escultura, y gracias a eso empecé yo a escribir y a desarrollarme en el arte. Yo me iba a pintar grafitis de tan pequeño que no podía ni levantar el bote... Pero ella sí.

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Valde
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Un ‘hateo’ más. Dicen que eres una mala influencia para los jóvenes.
No soy influencer, eso lo primero. Ni fumo a diario, ni he ido jamás de putas, ni he estado en la cárcel. ¿Llevaría cinco años al pie del cañón si estuviera siempre drogado? Open your mind…

El último: desde que eres menos cafre triunfas menos en YouTube.
Porque cuenta las visitas de otra forma. En Spotify tengo más que nunca, y es ahí donde está el bling bling.

*Este artículo aparece publicado en el número de mayo 2021 de la revista Esquire

esquire mayo 2021
Esquire Mayo 2021