• Stallone sugiere que Rambo no llevaría mascarilla… y hay un Vietnam en rede
  • 40 fotos de Stallone para reivindicarlo como icono de estilo
  • He visto por primera vez la saga ‘Rocky’ y esto es lo que pienso

Hay un momento en Rambo II (1985) que sigue dando vueltas en mi cabeza. Es cuando el héroe de guerra John Rambo está frente a una cascada, cara a cara contra un oficial vietnamita, y se da cuenta de que es un superhéroe inmortal. De verdad, literalmente. Puedo leer su mente a través de esa melenasa al viento. En ese momento sabe que podría enfrentarse al mismísimo Thanos y salir victorioso. De pronto sale de detrás de su refugio-piedra, en ese paraje asalvajado, y se planta delante del hombre, que alza su pistola y le dispara tres veces. Tres. Ninguna bala le da, aunque está completamente a tiro, es un armario gigantesco y quien empuña el arma es un entrenado soldado del ejército. Y ni una bala que le da. La sorpresa del oficial es evidente, y entonces él lo entiende. Y yo también: ninguna bala puede darle, porque Rambo no es sólo un hombre. Es una especie de semidiós, a lo Hércules, que se cura heridas explotando pólvora dentro de su cuerpo y se lanza de acantilados sin romperse ni un solo hueso.

Habiendo asumido este elemento fantástico no declarado, la saga de Rambo, que hoy se estrena en Netflix, es mucho más disfrutable. Bueno, al menos te ayuda a superar el desconcierto de verle haciendo cosas que escapan al raciocinio humano. ¿Deberían ser las películas de acción un subgénero del fantástico? Dejemos eso para otra ocasión. A través de cuatro películas, a cada cual más excesiva y violenta, conocemos el viaje de un héroe que debe redimir a todo un país de la vergüenza de la derrota. Ahí es nada. Las sombras de la Guerra de Vietnam seguían siendo perturbadoras en aquel 1972 en que se publicó la novela ‘First Blood’ de David Morrell, en la que un soldado condecorado vuelve a los Estados Unidos para encontrarse rechazo social y acoso policial. Cuando es encarcelado por “vagabundear”, sus recuerdos traumáticos de la guerra renacen en su interior y abre él solito un conflicto armado en una pequeña población de Kentucky.

“Vivir por nada o morir por algo”, me digo a mí misma cada mañana

Pero, como sabréis, esto solo es el principio. Y los derroteros de la saga cinematográfica serán bastante diferentes a los del libro, gracias sobre todo al avispado Sylvester Stallone, que, lejos de ser sólo un mastodonte con los músculos perfectamente definidos, supo ver el potencial de futuro en una de las franquicias de acción más exitosas e icónicas de todos los tiempos. Tras haberme sumergido también en la saga Rocky, como parte de esta serie de artículos en los que mi mente millenial intenta asimilar la épica testosterónica de los años 80, no me cabe duda de que el actor -Sly para los amigos- es algo más que una estampa de acción patriótica.

Todo el que se enfrenta a Rambo acaba con la cabeza volando en pedazos o empalado en algún tronco. Reconozco que tengo que miedo, pero, como el mismo Rambo dice en su ocaso birmano: “Vivir por nada o morir por algo”. Que oye, que a mí lo primero ya me está bien, pero ya que estamos aquí… Comencemos.

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EL NACIMIENTO DE UN HÉROE ATÍPICO DE ACCIÓN

En el inicio de Acorralado (1982), la primera entrega de la franquicia y adaptación del libro de Morrell, John Rambo entra a un pueblo llamado Esperanza. Primera constatación: les gusta jugar con los sentimientos de su protagonista con una ironía fina, fina. Pero avancemos. El héroe es un condecorado veterano de guerra, pero, mala suerte, le tocó la guerra equivocada: la que perdieron. Por eso, cuando vuelve a casa con un trauma monumental, no le esperan ni carrozas ni pasacalles ni condecoraciones ni banderas ondeando al viento ni el presidente de turno para estrecharle la mano. Sólo rechazo y vergüenza de una sociedad que se siente humillada por esos perdedores a los que alguna vez llamaron con orgullo el ejército de los Estados Unidos de América.

Cuando a una, ignorante ella en asuntos rambonianos, piensa en esta saga, sólo se imagina guerras y patriotismo. Y, en parte, así es. Sin embargo, la primera película -sólo esa, lamentablemente- me da con mis prejuicios en la cara. Sí, hay violencia, pero no la que esperaba. O donde la esperaba. La batalla no es en uno de esos países intervenidos por la gracia norteamericana, sino que tiene lugar en su propio territorio. El enemigo está dentro de sus fronteras, y se llama desagradecimiento.

¿Dos hombres abrazándose en el final de un filme de acción? Cuéntame otro chiste.

Por otro lado, el héroe tampoco es un impertérrito Schwarzenegger, sino un soldado raso que, pese a sus increíbles habilidades en combate, muestra las debilidades de alguien que acarrea una memoria traumática. Tiene una cierta inocencia en la mirada -¿o quizás es que estoy viendo a Rocky? Cuesta diferenciarlos- y una voluntad de no hacer daño a nadie que le convierte en un personaje de acción bastante inusual. ¡Si hasta llora al final! ¿Pues cómo era eso de que los hombres de verdad no lloraban? Como decíamos, en esto Stallone tuvo mucha mano: frente a la máquina de matar que era el Rambo de la novela, el actor quiso hacer al personaje menos sanguinario -en la película no mata a nadie, al menos directamente, mientras que en la novela se carga a medio pueblo- y más simpatético con los espectadores. Y, por supuesto, que no muera al final. Que pobre hombre después de todo lo que ha sufrido encima se va a morir. ¿Y cómo vamos a construir una franquicia de éxito si me matas al héroe?

En ese final poco fiel con la novela, Rambo estalla: “En el frente tenemos un código de honor: Tú me cubres la espalda yo cubro la tuya, pero aquí no”, dice. Exaltación de los valores de los soldados frente a la sociedad comodona que solo se preocupa por sus propios asuntos mientras otros se dejan la vida defendiendo el frente. ¡Los que ordenan el código rojo! Y sigue, en un discurso que es tan anárquico, honesto y escalofriante como la guerra que intenta rememorar. Unas palabras, que según parece escribió el propio Stallone, y que revelan a un héroe desprovisto de todo espíritu victorioso:

“Estábamos en un bar de Saigón, aparece un niño que lleva una caja de limpiar zapatos y dice: “Limpia señor, limpia”, y yo le digo no, y él insiste y Lloyd dice si. Entonces voy por un par de cervezas y la caja es una bomba, abre la caja y su cuerpo salta por los aires hecho pedazos. Le veo ahí caído gritando como un loco, ¡Tuve que quitármelo de encima, estaba cubierto de pedazos de su cuerpo! Mi amigo hecho pedazos encima de mí. ¡Sangre por todas partes! ¡Intento mantenerlo entero y siguen saliéndose los intestinos! Nadie me ayuda. Me dice: “Quiero irme a casa, quiero irme a casa”. Lo repite una y otra vez. “Quiero conducir mi Chevrolet” Y no consigo encontrar sus piernas. No encuentro las piernas. No consigo quitármelo de la cabeza. Así durante siete años, día tras día. A veces me despierto y no se donde estoy”.

Ay, John. Eso último también me lo pregunto yo muchas mañanas resacosas. Este final, además de ser sorprendente -¿Dos hombres abrazándose en el final de un filme de acción? Cuéntame otro chiste-, no esconde el reproche a las instituciones norteamericanas que no supieron gestionar el conflicto ni ayudar lo suficiente a sus soldados. En el primer filme, esta crítica incluye a la sociedad norteamericana. En el segundo, en cambio, las culpas van a ser todas para los jefazos. Y una redención que se avecina más violenta que la anterior.

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AMÉRICA, GORDA TRAICIONERA

- ¿Nos toca ganar esta vez?

- Esta vez depende de ti.

He aquí el quid de la segunda película: la redención de la derrota de todo un país. “Un único deseo: ganar una guerra que otros perdieron”, como dice el general Tautman al principio. En esta aventura, sacan a Rambo de su condena carcelaria por los eventos del primer filme para que vuelva a Vietnam y ayude a rescatar a los soldados norteamericanos que siguen perdidos en la marabunta de la selva. Al llegar, exhiben tecnología, pero Rambo pasa y elogia la superioridad de la mente. Sin comentarios a eso. El caso es que la película irá de cómo un hombre-ejército con buenas ideas es mejor que la misma tecnología. Fuck Revolución Industrial, que aquí está Rambo.

¿Para qué llamas al soldado más letal del maldito ejército si todo lo que querías eran fotos?

Pronto se descubre la mentira: que no querían salvar a nadie, que sólo querían hacer ver como que hacían algo para salvarlos, pero que en realidad sólo es cara a la galería porque recuperar a esa gente les hace quedar muy malamente. Y digo yo: ¿y para qué demonios llamas al soldado más letal del maldito ejército si todo lo que querías era que sacase un par de fotos y se fuese a casa? Hay que ser tonto. Por supuesto, ni fotos ni hostias: Rambo va ahí a rescatar a sus compis con la ayuda de una vietnamita, que, oh, casualmente es guapísima. Que no es que sea un crimen ser guapa, pero mira tú que casualidad. Y mira tú el balazo que le meten para que el héroe se quede con el collar de la suerte, que yo pensaba que se iba a poner en la cabeza como si fuera una cinta.

De este modo, con los brazos extrañamente brillantes, un amuleto de la suerte y un constante sonido de serpiente de cascabel que era lo único que se les ocurrió para crear el ambiente selvático, Rambo redime a una nación. Y, al hacerlo, tiene la justificación necesaria para demandar lo siguiente:

- La guerra, pudo ser un maldito error, pero no odies a tu país por ello.

- ¿Odiarlo? Moriría por él.

- Entonces, ¿qué es lo que quieres?

- Yo quiero lo que ellos quieren, y lo que cualquier otro que viniese aquí a dejarse las tripas y a dar todo lo que tiene quiere. Que su país lo quiera tanto como nosotros lo queremos. Eso es lo que quiero.

- ¿Cómo vivirás Johnny?

- Día a día.

Y catapún chinplún se acabó la segunda aventura, habiendo creado una línea de ‘qué hubiera pasado si…’ sobre la Guerra de Vietnam. Qué hubiera pasado si el gobierno estadounidense lo hubiese hecho mejor (en esta película, ellos son los villanos indirectos). Qué hubiera pasado si hubiesen tenido un centenar de Rambos danzando por la selva vietnamita. Qué hubiera pasado si todos hubiesen tenido ese collar de la suerte y flechas que explotan. Ay, cuántas cosas habrían cambiado. En esta historia, al menos se apuntan una pequeña victoria: no ganaron la guerra, pero al menos Rambo rescató a unos soldados y devolvió algo de honor al país. Porque todo va de eso: del honor perdido, del perder, algo que a los norteamericanos no les gusta un pelo de calvo.

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QUE VIVA EL INTERVENCIONISMO

Donde la primera película planteó un enfrentamiento casi ideológico entre los propios norteamericanos, el resto de la saga se metió de lleno en una cruzada clara: justificar las políticas intervencionistas de los Estados Unidos en países extranjeros. Así, viajamos a Vietnam y Afganistán para que nos digan gentilmente que estas personas que se matan entre ellos en los bosques no saben lo que están haciendo y necesitan que alguien venga a poner un poco de orden. Y aún más: hay un bando -el malo, claro- que está siendo beneficiado por la malévola Unión Soviética y, por tanto, es el deber del país contrarrestar estas ofensivas apoyando a los rebeldes -los buenos, claro-. Una lógica narrativa en la que no se incluye, por supuesto, los intereses económicos y estratégicos que tenía en realidad el país norteamericano para meter sus zarpas en conflictos que no le incumben.

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Ese es quizás el aspecto más problemático de la saga. O, al menos, el que puede crear rechazo en un espectador que no se inscriba en el partido republicano estadounidense y no tenga a George Bush y Donald J. Trump como modelos de conducta. Ese patriotismo tan burdo y evidente, enmascarado en la pirotecnia violenta del cine de acción, forma parte del ADN de la saga, y sólo podemos convivir pacíficamente con él. Pero oye, que esto sólo es para pasarlo bien.

De hecho, las consignas políticas subliminales no entran tan bien si no van acompañadas de un poco de humor. A veces, explotar cabezas de forma indiscriminada no es suficiente. Por ello, en la tercera aventura de Rambo, Rambo III (1988), se nota el concienzudo esfuerzo por sacar una sonrisa al espectador. Y en ese encomiable intento tienen lugar diálogos como este:

- Es una luz azul.

- ¿Para qué sirve?

- Se pone azul.

Delirante. Digno de Saturday Night Live. Y el festival de la comedia en una saga que nunca ha sido verdaderamente cómica no acaba ahí. Tras ser alcanzado por una llamarada enorme, en pleno combate, tiene lugar este otro diálogo:

- ¿Cómo estás?

- A la parrilla.

Desde luego, el genio cómico de Rambo no tiene precio. Y al final llega la broma más graciosa de todas: “Esta película está dedicada al valiente pueblo de Afganistán”. Hilarante. Tras el 11 de septiembre de 2001, esta dedicatoria fue retirada de la versión oficial de la película. Adivinad vosotros por qué y unid los puntos para descubrir cuál es el grado de hipocresía de los estadounidenses. Spoiler: muy alto.

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Manga Films | John Rambo

STALLONE, VIEJO AMIGO

Habréis notado que, excepto algún que otro comentario, he dejado fuera de análisis la cuarta entrega de la saga. Podéis sacar los dardos de vuestro portátil y atender: John Rambo (2008) es la película más estimulante y honesta de toda la saga. Sí, la primera tenía la profundidad. La segunda, el espectáculo épico. La tercera, un mojón como una casa. Sin embargo, es en esta cuarta película, realizada casi veinte años después, cuando vemos al personaje de Rambo más desacomplejado y brutal que nunca. Esta película es tan rematadamente simple, evidente y excesiva que no se le puede reprochar nada. Es que nada. Stallone está en el ocaso de su propia creación, con ese semblante serio y rudo del veterano que ya no cree en nada. Su mirada ya no desprende la inocencia e integridad del Rambo joven. Ahora, es un cínico que caza serpientes para ganarse la vida mínimamente. Ahora bien: donde hubo fuego, quedan cenizas.

A este paso Rambo se puede abrir una bisutería y jubilarse.

Al igual que en su predecesora, asistimos a otro conflicto regional que nada tiene que ver con los norteamericanos: la Guerra Civil en Birmania. Pero Rambo, con veinte años más en el cuerpo, no está para meterse en guerras que no le incumben otra vez. Ya ha aprendido la lección. O no. Lo cierto es que esta película que es la definición gráfica del dicho “Tiran más dos tetas que dos carretas”. Gracias iaia por esta sabiduría popular. El caso es que llegan unos voluntarios católicos para ayudar a los heridos y ofrecer ayuda humanitaria (AKA cuatro tipos y una tipa que se creen que están entrando en Disneyland para regalarles gafas de Zara a los niños desvalidos). Un par de miradas, una conversación y un rozamiento de brazo y la tipa (que viene a ser Julie Benz) consigue que nuestro héroe viejuno les ayude. Hasta le regala un rosario. A este paso Rambo se puede abrir una bisutería y jubilarse.

¿Qué es lo que hace que esta película sea tan impactante? Primero, la violencia, años luz más explícita y brutal que cualquiera de las otras películas. Extremidades cercenadas, intestinos desparramándose, litros y litros de sangre… No dejan títere con cabeza. Y no es una metáfora. Segundo, la revelación final de Rambo sobre su ser interior. Tras tantos años, y en su retiro tailandés, el héroe ha descubierto que no lucha por su país, ni por su gobierno, ni porque sea su deber. Lucha por que le pone como una moto. Se dice a sí mismo en esta última aventura: “No mataste por tu país, sino por ti mismo: llevas la guerra en la sangre”. Más claro, agua.

Como añadido, hágase notar que esta película es de 2008, dos años después de que Stallone también resucitase a otro de sus personajes icónicos en Rocky Balboa (2006). Así que, en dos años, el actor se propuso volver a encarnar ambos papeles con una historias -ambas escritas y dirigidas por él- con olor a capítulo final y ambas con un título compuesto con el nombre completo del héroe. Ingenioso. Me recuerda a cuando, en Rocky IV, se incluyeron las canciones Hearts on fire y Burning heart en la banda sonora (dos canciones diferentes cuyo título significa literalmente lo mismo). A Stallone le gustan las dualidades. ¡Para que luego digáis que no es un tipo listo!

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HASTA LA VISTA, RAMBO

De John Rambo, al igual que con Harry el Sucio (del que aprendí la impagable frase: "Te voy a dar tal patada en el culo que vas a tener que cagar por la boca"), el dúo de Arma letal (que me convenció de que estoy muy viejoven para esto) y Rocky (que ya tiene un huequito en mi corazón por lecciones como “Luchas contra ti mismo: el otro luchador sólo está en medio”), me llevo muchas sabias enseñanzas:

  • Las cintas en la frente son totalmente innecesarias. No, en serio, ¿para qué sirven?
  • Siempre cobra por adelantado.
  • No te dejes engatusar por grupos religiosos (especialmente si llevan folletos en la mano o te regalan rosarios).
  • No te fíes de ningún gobierno, ni de pueblos que se llamen Esperanza.
  • Cuando quieres a alguien -en este caso, tu país- lo haces de forma desinteresada sin esperar que te devuelva su amor. Pero te enfadas igual.
  • A veces, a los que otros llaman infierno, nosotros lo llamamos hogar (como pasear por las Ramblas de Barcelona un 10 de julio a las 12 de la mañana).

Bueno, quizás no han sido lecciones muy profundas. Mientras veía por primera vez estas cuatro aventuras cinematográficas, Rambo 5 se convertía en una realidad. Ya hay hasta póster:

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La pregunta es: ¿aún tiene Rambo un espacio en nuestro mundo moderno? Eso mismo se preguntaban en The Telegraph en junio de 2014, cuando empezaban los rumores de la quinta entrega de la saga (que finalmente se ha concretado para otoño de 2019). “Desde que se estrenó Acorralado hace 32 años, el hombre moderno ha sufrido algunos cambios muy radicales”, asegura Sam Rowe. “No tenemos miedo a usar desodorante o detergente, hemos abrazado la metrosexualidad, el yoga, las barbas hipsters, la igualdad de género y las dietas. En definitiva, hemos crecido”, continúa. No le faltaba razón: el modelo de masculinidad ha cambiado, y lo sigue haciendo cada día más. En cambio, se equivocaba al afirmar que Stallone estaba más cerca de ganar un Razzie que un Oscar. Pues mira, ¡le nominaron a Mejor Actor de Reparto en 2016! Los periodistas no podemos saberlo todo siempre.

Hay algo en la reflexión de Rowe que me parece interesante, y que comparto. “Le queremos [a Rambo] porque es todo lo que el hombre moderno no es, y probablemente no quiere ser, pero nos hace felices sumergirnos durante 90 minutos en una tontería sangrienta y catártica antes de volver a la vida de los adultos del siglo XXI”, escribe al final de su artículo. Yo no soy un hombre que ve en el viejo Stallone la masculinidad perdida en las arenas de la modernidad y el feminismo, pero también disfruto de sus arranques de adrenalina ultraviolenta y del surrealismo de sus escenas de acción. Siento su epicidad, la disfruto, porque sé lo que es: puro entretenimiento revestido de violencia heredera del nervio del videojuego. No es un escenario que desee ver hecho realidad -aunque existe-, igual que no me gustaría vivir en Matrix o protagonizar una comedia romántica con Gerard Butler, pero son esos guilty pleasures que nos hacen felices. Aunque sean un despropósito. Sobre todo lo de Butler como héroe rom-com.

Bueno, John, hora de decir adiós. Bueno, mejor dicho, hasta luego. Concretamente, hasta otoño de 2019. De mientras, iré buscando una de estas cintas del pelo, que no sirven para nada, pero quedan muy molonas.

¿Y cómo viviremos? Exacto: día a día.

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