Nadie bailó sobre un ring como él. Nadie bailaba como una mariposa y picaba como abeja en un deporte donde un puñetazo te puede dejar tocado de por vida. Pocos nombres resuenan como el suyo en la memoria colectiva del boxeo como el de aquel espigado chaval de Kentucky que en 2016, a los 74 años de edad, nos dejó.

Nació un 17 de enero de 1942, con el nombre de Cassius Marcellus Clay. 22 años más tarde se lo cambiaría por el de Muhammad Ali, porque Clay era un apellido de esclavo que él no eligió. Había que tener muchas agallas para hacer y decir este tipo de cosas en una época donde ser negro en los Estados Unidos significaba ser un ciudadano de segunda clase.

Ali rompió sus cadenas a base de perseguir un sueño: convertirse en el mejor boxeador que jamás había pisado la lona de un ring s a base de demoledores jabs y vertiginosas fintas. Y lo consiguió, en una época en la que para ser un deportista de élite había que dejarse literalmente la vida. Para lograrlo tuvo que pasar por encima de algunos nombres ilustres de la historia del boxeo.

Ali esquiva un golpe de Joe Frazier durante su combate en el Madison Square Garden en 1971.pinterest
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Ali esquiva un golpe de Joe Frazier durante su combate en el Madison Square Garden en 1971.

Pero Ali no quería sólo ser el más grande entre las 16 cuerdas. La trascendencia de Muhammad Ali no se podía encerrar sobre un ring. Había nacido para ser libre y estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para acabar con la discriminación que sufría la gente de color. Alí cargó con el peso de la historia bajo sus hombros mientras se movía como una mariposa.

Ese peso que atenazaba a la población negra en Estados Unidos y que encontró en Muhammad la fuerza para seguir levantándose contra la injusticia. A base de no callarse nunca, pese a ser acusado de charlatán por muchos que veían en el boxeador a un personaje contestatario, capaz de hacer llegar su mensaje a todos los rincones del mundo.

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Los hijos de la década de los sesenta, que clamaba con fuerza por la igualdad, encontraron en aquel peso pesado, ligero y contundente, a alguien que encarnó su lucha como nadie. Un tipo capaz de tirar su medalla de oro olímpica al río Ohio al darse cuenta de que su esfuerzo y su lucha no eran tenidos en cuenta por la conservadora y blanca sociedad estadounidense.

Ali consiguió que toda África se sintiera parte de su gesta. Encendió Zaire al grito de Bomayé en el famoso Rumble in the Jungle contra George Foreman. Aquel combate que no era sólo guantes, sino dos formas muy diferentes de afrontar la vida.

Ali, junto al presidente de Zaire, Joseph Mobutu, dos días antes del combate contra Foreman.pinterest
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Ali, junto al presidente de Zaire, Joseph Mobutu, dos días antes del combate contra Foreman.

Esa forma de afrontar la vida de la que Muhammad Alí nunca renegó. Capaz de cambiar su propia vida para transformar y mejorar la de los demás. El mismo que se convirtió en la primera gran estrella del deporte a nivel internacional. Aquel que trascendió los límites del boxeo y de Estados Unidos para ser un referente social y cultural de toda una generación, de un cambio y del futuro.

Aquel que nos hizo soñar a todos, aunque nunca tuviéramos la oportunidad de verle sobre el ring, de ser capaces de movernos como una mariposa y de picar como una abeja. Un hombre al que el apelativo de El Más Grande se le quedó pequeño.