Son dos gigantescas naves industriales a las afueras de Filadelfia, la ciudad en la que los turistas se agolpan en las escaleras del ayuntamiento para hacerse la clásica foto con los brazos alzados, la ciudad en la que uno puede presumir de selfie con la estatua de Rocky, situada a los pies de una de las instituciones más visitadas de esta urbe de la costa este, el Philadelphia Museum of Art. En esas naves, a 25 minutos del centro de la ciudad, Sylvester Stallone se dispone a seguir prorrogando la leyenda del boxeador más legendario de la historia, uno que le ha dado “todo lo que tengo”, según reconoce el neoyorquino a Esquire. Nos atiende tocado con un sombrero gris, calzado con unas Converse y con una sonrisa de oreja a oreja. Allí, en el hogar de Rocky Balboa, Stallone rueda Creed II.

Rocky es esa película en la que todo me salió bien. Me dijeron que debía hacerla otro y dije que no. Querían reescribir el guion y dije que no. La hice como quería, con quien quería, de un modo casi subversivo, con muy poco dinero. Aparecía hasta mi padre tocando la campana del ring entre combate y combate, y salió bien. Mira, te voy a contar una cosa: cuando ruedo en cualquier ciudad, ya sea aquí en EEUU o en Europa, la gente me grita: ‘¡Sly!’. En Filadelfia, bajan la ventanilla y dicen: ‘¡Eh, Rocky!’. En este sitio siempre seré Rocky”.

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Siempre El sueño americano

De eso, de Rocky, ya hace casi medio siglo, 42 años. En 1976 cuando se estrenó, fue un éxito instantáneo, la película de boxeo más popular de todos los tiempos. Y Stallone, que cumplió 72 años en 2018, sabe por qué: “El boxeo. El boxeo representa el sueño americano. Así es. Más allá de que sea el deporte más cinematográfico que hay, más allá de su potencia audiovisual, en el ring se desvanecen las clases, las barreras de todo tipo: somos tú y yo y nuestros puños. No importa de dónde vengas, a qué Dios reces, quiénes sean tus padres: en el cuadrilátero cualquiera puede vencerte, cualquiera puede ser el campeón. Y depende enteramente de ti. Allí estás tú solo, contra tus miedos, contra tu pasado. Por eso Rocky funcionó, pero también Toro salvaje, Más dura será la caída, Marcado por el odio... hay un montón de buenas películas de boxeo y todas hablan de este sueño, de nuestro sueño, de poder ser lo que quieras si le pones la fuerza y el empeño suficientes”, dice Stallone, que remarca cada sílaba como si le fuera la vida en ello.

La historia del cine de boxeo le da la razón: desde los tiempos de The Champ (King Vidor, 1931) a esta, Creed II, el séptimo arte ha arrastrado hasta el ring a lo más granado de Hollywood. Hablando siempre de ese instante en el que todo se desvanece, en el que uno se enfrenta a todo lo que es y a lo que podría ser, Martin Scorsese, Elia Kazan, Ron Howard, John Ford o Clint Eastwood han utilizado el pugilismo como arma arrojadiza contra el determinismo, la creencia de que el destino está escrito. “Si piensas en El hombre tranquilo, La gran esperanza blanca o Cinderella man, en realidad el boxeo es una excusa para hablar de la soledad, la pobreza o el racismo. El boxeo es un universo en el que todo es posible, y el cine siempre busca vehículos que le permitan hablar de temas universales. No hay ningún deporte que consiga eso con la misma intensidad que un ring”, cuenta el director de la secuela de la alabadísima Creed, Steven Caple Jr.

Un personaje íntegro

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Cuando Martin Scorsese rodó Toro salvaje, alguien le preguntó para qué había hecho aquella película, si hasta el propio director había reconocido en voz alta que no le interesaba el boxeo. “Es cierto, no me interesaba demasiado el boxeo, pero el tipo me interesaba mucho. Jake LaMotta era un salvaje, un tipo que tenía un cráneo tan duro que podías golpearle y golpearle y golpearle, pero no podías hacerlo caer. Me interesaba la perspectiva de golpear un muro porque en realidad Jake solo se hacía daño a sí mismo, en el ring y fuera de él. Golpeaba un muro con los manos y se enfadaba porque eso le provocaba heridas. El boxeo me servía para tratar de explicar a esa bestia. Porque a veces no hay razones para lo que hacemos, simplemente lo hacemos. Por eso hice Toro salvaje, una película que me llevó años de trabajo. El boxeo fue mi excusa. Una muy buena, debo decir”.

Creed II arranca donde lo dejó Creed, pero con algunos cambios. En la película (el original), un boxeador amateur ve como se le presenta la oportunidad de su vida cuando le ofrecen un combate que puede cambiarlo todo. El púgil no es otro que el hijo del mítico Apollo Creed, al que conocemos de la saga de Rocky y al que interpretaba Carl Weathers. En la secuela, Adonis Johnson (al que encarna de nuevo el muy de moda Michael B. Jordan) tiene esta vez que enfrentarse al hijo del hombre que mató a su padre sobre el cuadrilátero: el ruso Iván Drago. “Tío, yo soy un gran fan de Rocky, y este giro me parecía magnífico. Si acepté trabajar en Creed es porque me pareció que daba continuidad a la saga sin hacer lo mismo. Rocky tiene mística, y eso es lo que le gusta a la gente, esa especie de nostalgia, de conocer a los personajes y de ver en los nuevos eso que te gustaba de los viejos.

Michael B. Jordan, una bestia muscular

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Lo de enfrentarse al hijo de Drago tiene un sentido: es algo que está justificado en el guion. No es un capricho. Sly no usa de esos [risas]”, dice Michael B. Jordan, convertido en una bestia muscular por exigencias del proyecto y recién salido de ese taquillazo en el que se convirtió Pantera negra. “Lo físico me resulta sencillo ahora. Solo es cuestión de ponerle más horas. Pero si me preguntas dentro de diez años, igual te contesto otra cosa. El personaje me gusta. Es alguien íntegro, tocado por ser quien es, y que cree tener una especie de deuda de sangre con su padre. No me importaría seguir atado a él siempre que la historia tenga sentido”.

Para los fans de Rocky será la octava entrega. Stallone fue capaz de resucitar la saga –cuando parecía ya decrépita– jugando con su propia decadencia, en Rocky Balboa. Y después lo hizo de nuevo con Creed, y sorprendió a todos aquellos que creían que ya se había dicho la última palabra sobre el boxeador. “Sé que va a sonar a excusa, pero no lo es: la ironía de todo esto es que a medida que pasan los años, cada vez descubro más cosas sobre Rocky, cosas que no sabía, cosas que me apetece contar. Pero llegué a ese punto en el que descubrí que podía hacer eso sin Rocky. Ahora la saga es la saga de Creed, y todo lo que soy está en las manos de Adonis. Ya no va a haber más Rocky, porque ahora es el momento de Creed. ¿Que si ha sido difícil? Pues no”, dice Stallone.

“Lo que me gusta de esta película es esa idea de la redención que la recorre. La idea de que el hijo cree que debe pagar por los pecados del padre. Por supuesto, que aparezca el apellido Drago forma parte de ese proceso. Si recuerdas Rocky IV, ese es el momento más oscuro de la vida de Rocky, cuando Apollo le sustituye en una pelea y muere. Ahora, Rocky ve cómo su protegido se enfrenta al mismo dilema y eso le remueve por dentro. Me gusta mucho ver a Rocky enfrentado a ese fantasma, porque creo que uno no puede huir de su pasado, porque ese cabrón siempre acaba atrapándote. No importa cuánto corras”.

Si no crees en esto estás jodido

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A juzgar por las reacciones, el público ha encajado bien el relevo, incluido el que ha levantado de la silla de director a Stallone, que no dirigió la primera entrega (fue Ryan Coogler) y tampoco ha querido hacerlo en la segunda. “Es muy cómodo venir aquí a hacer tus líneas, hacer lo tuyo e irte. Steven [Caple Jr.] ha estado casi dos años con esta película. ¡Dos años es mucho tiempo!”, confiesa el actor, guionista, director y productor. “Recuerdo cuando me pasaba seis meses solo ensayando para esa escena de la gran pelea. Ahora lo recuerdo con cariño, pero si me llegas a preguntar entonces...”.

Y, como es costumbre en el cine de albornoces y cuadriláteros, el personaje femenino es de importancia vital. En Creed II la bandera la ondea Tessa Thompson, una actriz mayúscula en la tradición de Talia Shire, Renée Zellweger o Maureen O’Hara. Thompson interpreta a la auténtica roca a la que se agarra Adonis, una mujer con tanto carácter como él, y con el doble de sentido común: “Pues creo que Bianca está en un terreno complicado, formando una familia con Adonis, tratando de elegir si quiere estar en la carretera, persiguiendo su carrera musical o buscar otro tipo de vida, más acomodada. Además, he interpretado las canciones de la banda sonora y, qué demonios, eso me apetecía mucho”, explica Thompson.

El encargado de que las peleas luzcan de verdad es el veterano Robert Sale, un tipo que ha enseñado a boxear a actores como Will Smith y que ha coreografiado a De Niro o al propio Stallone. “La cuestión es que parezca real y que puedas sentirlo. Si no crees que lo que estás viendo es un combate de verdad, la hemos jodido. Es cierto que luego en edición y montaje puedes acelerarlo y mejorarlo, pero la base tiene que ser sólida. Los golpes tienen que parecer de verdad. Y sí, antes de que me lo preguntes, a veces el golpe acaba siendo real [carcajadas]. Son gajes del oficio. Pasa poco”, dice Sale.

El día que Esquire visita el set de rodaje, cuatrocientos extras que pretenden ser rusos acaudalados (muchos de ellos son auténticos rusos) llenan el plató, aderezado también con luces estroboscópicas y gigantescas lonas verdes. “Cuando acabemos de añadir los efectos especiales, esto parecerá un estadio de Moscú con más de 40.000 personas. Es la magia del cine, hijo”, dice Stallone sonriendo antes de ajustarse el sombrero y despedirse: “Es hora de volver al trabajo”.


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Esta edición de Taschen recopila todas las películas de la saga, numerada y firmada por Sylvester Stallone (750€).