Su último libro Disparen al Humorista es un ensayo en formato cómic sobre los límites del humor y la libertad de expresión, con el que arremete contra la hipocresía de la sociedad biempensante, que se escandaliza con la sátira y desautoriza motu proprio el humor negro y la socarronería al considerarlos de mal gusto.

Darío lleva toda su vida contando chistes y la mitad de ella publicándolos en revistas como El Jueves o Mondo Brutto, pero necesitaba más. Hace 5 años, se embarcó en el proyecto de crear una revista satírica, brutal e irreverente, al estilo de La Codorniz y El Papus, defendiendo que el humor es un arma con la que se llega muy lejos: no mata, pero sí incomoda y además arranca sonrisas. Así nació la revista Mongolia. Pero fue más allá, se subió al escenario y empezó a largar verdades con un ingenio descarnado. Mongolia el Musical es transgresor y bestial, su humor incomoda y hasta escuece, por eso es tan necesario, sirve para desentumecer conciencias. Su segundo espectáculo Vuelve a casa, vuelvese puede ver en varias ciudades de España hasta finales de año.se puede ver en varias ciudades de España hasta finales de año.

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Darío Adanti
Disparen al Humorista (Astiberri, 2017), su último libro, es un ensayo en formato cómic sobre los límites del humor y la libertad de expresión.

¿Cómo se convierte un tímido y solitario dibujante (¿no lo son todos?) en un gamberro que domina y grita sobre el escenario con total seguridad sobre sí mismo?

Siempre fui muy social y siempre me gustó el teatro y la interpretación. En mis cortos de animación para MTV, Vacaláctica y Elvis Christ, yo hacía todas las voces. Y en la versión española del programa Space Ghost Coast to Coast que hacía con Jorge Riera para TNT, me disfrazaba de superhéroe para entrevistar a los invitados. Luego en postproducción me reemplazaban por un dibujo animado, pero en plató lo interpretaba yo con un disfraz. Siempre me gustó interpretar. No es que no tenga sentido del ridículo, es que hay algo casi metafísico en el hecho de asumir públicamente el papel del idiota. Soy más parecido al idiota que hace el ridículo que al que intenta pararse recto en público y salir guapo en las fotos. Con este no me identifico, es todo disfraz; el otro, en cambio, se parece más al humano imperfecto que soy. Salir a hacer comedia en público es un ejercicio muy sano para un humorista gráfico, entiendes mucho más los mecanismos que hacen gracia a tu público y los incorporas de forma intuitiva mediante la prueba y el error. Después de todo, el humor no deja de ser la apoteosis del error como apología de lo verdaderamente humano.

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Adanti y Galán desbarrando en Mongolia, el Musical 2.0.

Yo creo que has hecho del humor un medio para permitir cuestionarnos todo, es la herramienta perfecta para criticar lo peor del sistema y sacar de su aturdimiento al despreocupado, aunque sea mediante la indignación que provocáis, ¿me equivoco?

No, no te equivocas, es así. Me gusta ver las reacciones adversas a nuestra sátira, toda la crítica que se nos hace por los recursos propios de la sátira y desde una postura que es más bien elitista. Tachar de hortera a alguien desde la izquierda no es más que demostrar la intoxicación cultural burguesa de la izquierda de clase media europea, que se atreve a clasificar lo que es y no es hortera, como ya analizó Owen Jones en Chavs. La sátira se basa en la ironía y la violencia verbal y metafórica, pretender que se aleje de este canon en pos de una elegancia estilística es tratar de domesticarla. Y justamente es esa violencia lo que tiene de interesante la sátira, porque esa violencia simbólica es el motor de la catarsis que promueve. La sátira es común, en diferentes formas, a todos los pueblos primitivos y tiene un valor mágico y ritualista. No es nada nuevo. Lo que es nuevo es que gente que se dice de izquierdas caiga en ese puritanismo burgués con conceptos tan clasistas como ‘el buen gusto’ o ‘la elegancia’.

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Darío Adanti
La sátira se basa en la ironía y la violencia verbal y metafórica.

Hace unos años, te vi presentando un cómic en la Fnac y me di cuenta de que eras humorista antes que dibujante. Pero ¿cuándo se te ocurrió a ti?

Me definí como humorista hace mucho tiempo. Lo más conocido de mi trabajo siempre fue el dibujo, pero he trabajado también como guionista de humor, en mis propios cómics, la gente suele olvidar que la mitad de un cómic es el guion, y en tele, para programas de humor como Adult Swim. Me interesa mucho más el humorismo y la sátira que el dibujo per se. Todo lo que relaciona mis diferentes trabajos no es el dibujo sino el humor. Ergo, soy humorista. Por otro lado, me gusta el desprestigio de la palabra. No me hace gracia que intenten darme algún tipo de boato llamándome ilustrador o autor de cómics. Aunque yo mismo caigo a veces en estas definiciones, prefiero un término popular lejano a las academias, como es el de humorista. Aquel que vive de hacer humor más allá del formato en el que lo exprese.

En tu libro Disparen al humorista comentas que definir lo cómico es como intentar trepar por una pendiente de hielo mojado con zapatillas de andar por casa… ¿tan difícil es precisar lo que es gracioso?

Sí, es difícil porque responde a varios factores socioculturales. No recuerdo si fue Darwin, Spencer, o quién, el que dijo que el humor es el más universal de los fenómenos culturales humanos porque no hay pueblo o civilización que no tenga humor pero que, a la vez, es el más relativo porque cada pueblo se ríe de cosas diferentes y dentro de cada pueblo cada grupo humano se ríe de cosas distintas y dentro de cada uno de estos grupos cada individuo tiene un sentido del humor propio. Por no hablar de que todos estos sentidos del humor cambian y mutan en el tiempo. Entonces, ¿cómo definir algo tan extenso y mutable? Aun así, la gente se permite juzgar aquellos humores que no le son propios como algo fuera del humor.

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Darío Adanti
El día que Stalin se afeitó el bigote, una historieta Amazing de Darío Adanti

Que el gusto propio sea la medida por la que se mide algo demuestra los malos tiempos en los que estamos para la libertad de expresión. Si no me gusta, no es que no me guste, es que no es lo que dice ser. Esa es la caza de brujas actual de la subjetividad de la opinión y es el primer ataque a la libertad de expresión, efectuado, no ya por el poder, sino por los ciudadanos, lo que es aún más peligroso.

Sin embargo, más adelante explicas que para ti el humor no es más que la representación sintética de la dinámica del fracaso, ¿puedes ponerme un ejemplo clarificador?

Sí, claro, pero me gustaría redondear más el concepto: la representación sintética de la dinámica del fracaso no es más que el triunfo de lo imprevisible, el caos del universo al que pertenecemos imponiéndose sobre las pretensiones humanas de un orden dado. Toda la historia de la humanidad es un intento de organizar el caos que nos rodea, pero el humor demuestra que lo natural es que se imponga el caos. La política, las ideologías, la sexualidad, el amor, son todas construcciones necesarias que nos permiten construir nuestro propio mundo en sociedad. Pero para poder realizar ese esfuerzo, necesitamos creer en la mentira de que un orden es posible, y de que el orden por el que apuesta cada uno de nosotros es el orden verdadero o la única forma posible de orden. Y lo cierto es que todo lo humano falla porque el caos es lo natural y el orden es lo artificial. El humor nos recuerda que somos falibles, que nuestros inventos ocultan siempre una deriva hacia el caos porque pertenecen al cosmos y el cosmos es caos. Y que lo verdaderamente humano, aquello que nos iguala por fuera de nuestras ideologías, procedencias, razas, géneros u opciones sexuales es que todas estas imposturas idealizadas llevadas al campo de lo material, se enfangan en el barro de lo humano, de lo imperfecto, del error. En el humor fracasa el idealismo y ese es el triunfo de lo humano.

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Darío Adanti
La sátira es común, en diferentes formas, a todos los pueblos primitivos y tiene un valor mágico y ritualista. No es nada nuevo

Recuerdo aquel Salón del Cómic en el que aparecisteis tú y Fernando Rapa con todas esos ejemplares del primer Mongolia… pero ¿cómo nació la revista?

Sí, tengo muy gratos recuerdos de aquel Salón del Cómic de Barcelona. Todo empezó porque con Rapa –que era director de arte de Público mientras que yo publicaba en El Jueves o El País– se nos ocurrió embarcarnos en un fanzine raro, político y pop que se llamó Viernes Peronistas, donde volcamos nuestra fascinación por el movimiento de masas peronista y sus diferentes polos ideológicos, desde la ultraderecha hasta la tendencia revolucionaria del peronismo. Todo en un tono de cultura pop y con un sentido divulgativo porque lo hacíamos para España donde el peronismo sigue siendo un gran misterio. Un día, Rapa me dice que tendríamos que hacer un periódico satírico con la estética y el tono de Viernes Peronistas pero sobre la actualidad española. Y Rapa ya tenía el nombre ‘Mongolia’. Había estado hablando con Pere Rusiñol que era el adjunto a la dirección de Público para que se uniera al proyecto, no solo queríamos que tuviera una parte satírica sino que, además, fuera periodismo independiente y sin concesiones al poder.

Soy más parecido al idiota que hace el ridículo que al que intenta pararse recto en público y salir

Yo, por otro lado, traje a Edu Galán que era amigo mío y que venía de la crítica cinematográfica y cultural pero que era fan de la comedia y un cómico nato. Nos juntamos y salió Mongolia. No tenemos redacción y lo hacemos todo como si fuera un fanzine, pero con un resultado profesional y una tirada y ventas profesionales. La frescura, sin embargo, sigue siendo deudora del mundo del fanzine.

¿Y cómo nació Mongolia el Musical?

Mongolia el Musical nació de las presentaciones de la revista. Como no queríamos hacer una presentación al uso, es decir, con gente sentada en una mesa hablando, empezamos a hacer presentaciones donde Edu y yo proyectábamos imágenes de la actualidad e improvisábamos chistes y soltábamos barbaridades al respecto. La gente se lo pasaba muy bien y se reían mucho. Un día nos vinieron a ver tres ídolos nuestros, Alejo Stivel de Tequila, Javier Coronas y Juan Diego Botto. Alejo nos dijo que si en vez de improvisar preparábamos un guion y unas buenas proyecciones, aquello tenía miga como obra de teatro satírica. A Coronas se le ocurrió que se podría llamar Mongolia el Musical y no tener música. Y Juan Diego Botto nos ofreció su ayuda y la sala Mirador para ensayar y estrenarla. Si no fuera por ellos no existiría el musical. Los tres han sido fundamentales para este segundo par de patas de esa mesa coja que se llama Mongolia.

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Darío Adanti
La gente se permite juzgar aquellos humores que no le son propios como algo fuera del humor.

A menudo hacéis chistes con temas que para mucha gente son intocables, y muchas veces esa gente no es la más abierta de miras, ¿no os da miedo que os agredan, físicamente?

Hemos tenido encontronazos tanto en Sevilla con algunos macarenos como en Cartagena, nos hicieron una manifestación en la puerta del teatro y una misa de desagravio… Ahora tenemos una demanda de Ortega Cano por un cartel de lo más naif ¡y nos pide 40.000 €…! La libertad de expresión está en franco retroceso. En este capitalismo global sin freno para la especulación, se ha potenciado lo emocional sobre lo racional. Incluso en lo ideológico. El materialismo ha perdido ante las emociones, y la sátira y el humor en general son el género materialista por excelencia, por eso de que minan la base de todo idealismo para hundir cualquier ideal en el barro de lo humano. Y esto, que no es más que simbólico, se toma desde las emociones como una agresión real. La respuesta del ofendido es, o bien pedir que actúe la censura, o bien actuar no desde lo simbólico, sino desde la agresión real. Es parte del riesgo de ejercer la sátira de forma pública y con tu nombre real, así es la época que nos ha tocado vivir.

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Si a eso le agregamos el hecho de que soy extranjero, pues me tengo que comer, además, muchos insultos que pasan por ahí, por hacer sátira sobre la política de aquí viniendo yo de otro lado. Lo emocional en política es peligrosísimo e incentiva los signos identitarios sobre los de clase, lo que conlleva a menudo un resurgir del racismo. Pero es el precio a pagar y el riesgo siempre está. Si uno se para a ver los riesgos de lo que hace termina por no hacer nada. Prefiero seguir ejerciendo mi libertad sin pensar en lo que puedan sentir otros por el uso que hago de la misma. Los demás tienen la misma libertad para no leerme, no ir a mis shows ni comprar mis revistas.

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Hemos tenido encontronazos tanto en Sevilla con algunos macarenos como en Cartagena, donde nos hicieron una manifestación en la puerta del teatro y una misa de desagravio…

Es indudable que preparar la revista, el musical, los tebeos, la televisión es agotador, y que con ello solo te creas enemigos, ¿por qué merece la pena?

Siempre merece la pena hacer lo que te gusta. Hay problemas no ya legales, como el de Ortega Cano, sino sociales, como las manifestaciones en contra o los innumerables trolls que nos entran por redes, o ver a unos macarenos levantarse en medio de nuestro show en Sevilla y venir hacia el escenario. Pero son solo incomodidades muy pobres comparado con el hecho de hacer lo que te gusta y compartirlo con un montón de gente, lectores y público, que disfrutan de lo que hacemos y con los que compartimos muchos momentos. Y luego hay hechos excepcionales como lectoras y lectores que sufren enfermedades muy complicadas y que nos mandan fotos con la revista porque nuestro humor les permite sobrellevar mejor una experiencia dolorosa. En mi balanza, todos los ofendidos por lo que hago no pesan ni medio gramo de lo que pesan todos aquellos a los que les hago reír y logro que sus cerebros descarguen dopamina y tengan ese placer efímero del humor. Es algo tan humilde, por otro lado, y tan humano, que prefiero fracasar en el humor que triunfar en cualquier otra cosa.