No. En su lápida no pone eso de "perdone que no me levante". Pese a la creencia generalizada, infundida por una leyenda urbana que con el tiempo se ha convertido en máxima de muchos epitafios, Groucho Marx no tuvo que disculparse ante los curiosos que visitaban su nicho en el cementerio de Edén Memorial Park, en el Valle de San Fernando (California). Y aunque se intuyera cierto, pues un tipo como él, engalanado con un bigote a base de betún negro, no se hubiera erguido para recibir al fisgón de turno a los pies de su sepultura, a este hijo de inmigrantes alemanes y judíos le bastaron 86 años y una neumonía para dejarnos una herencia plagada de citas y frases para el recuerdo. Su legado, impregnado por una mordacidad e ironía innatas que tanto inspiró a otros cómicos como Woody Allen, se antoja en estos tiempos de fiebre política como un remedio contra una crisis de valores que, hoy en día, habría encontrado en Groucho a una de las voces más disidentes y ácidas de la sociedad norteamericana. ¿Se imaginan al cuarto de los hermanos Marx con una cuenta en Twitter? "Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como @realDonaldTrump". Y el mundo, por lo menos, soltaría otra carcajada.